Actualmente, la Ciudad de México importa casi el 40 por ciento de su agua de fuentes remotas
En el Centro Histórico, los edificios que se están yendo de lado hacen más evidente el hundimiento de la capital
El hundimiento de la Ciudad de México es cada vez más evidente y va registrando mayores afectaciones conforme pasan los días.
Fue en 1900 cuando se construyó el Gran Canal de Desagüe, el cual prometía resolver el problema de las inundaciones y de drenaje que habían afectado a la ciudad durante siglos. Sin embargo, no fue así, ya que el movimiento del canal se daba según la gravedad, mientras la capital de México se iba hundiendo.
De acuerdo con una publicación del periódico The New York Times “el hundimiento sigue, cada vez más rápido, y el canal es tan solo una víctima de lo que se ha convertido en un círculo vicioso. Con la escasez perpetua del agua, Ciudad de México ha seguido perforando en busca de más, lo que ha debilitado los antiguos lechos de arcilla de los lagos que los aztecas usaron para construir buena parte de la ciudad y lo que ha causado que se derrumbe aún más”.
Esta situación ha ido empeorando debido al cambio climático, las altas temperaturas y las sequías, lo cual genera una mayor demanda de agua y hace que las personas salgan a conseguir líquido a zonas de reserva distantes a altos costos o a drenar más los acuíferos subterráneos y acelerar el colapso de la ciudad.
El hundimiento de la ciudad se hace más evidente en las calles del Centro Histórico, donde “la parte posterior del Palacio Nacional ahora se inclina hacia la acera. Algunos edificios parecen dibujos cubistas, con ventanas que se inclinan, cornisas ondeantes y puertas que ya no están alineadas con sus marcos. La catedral metropolitana en el Zócalo, que se ha hundido en ciertas partes durante el siglo pasado, tiene una capilla inclinada y un campanario al que se le insertaron cuñas de piedra durante su construcción, como una calza debajo de la pata de una mesa que se tambalea”.
Otro de los factores que ha afectado el abastecimiento de agua es la contaminación, donde los miles de automóviles que circulan diariamente por la ciudad ahogan a la atmósfera con dióxido de carbono, lo cual induce al calor y ha causado la aniquilación casi total de los lagos originales y ha afectado a los mantos acuíferos, por lo que ahora se tienen que importar miles de millones de litros de agua de lugares lejanos.
“El sistema para trasladar el agua hasta aquí es un milagro de la ingeniería hidráulica moderna. No obstante, es también una hazaña descabellada, consecuencia del hecho de que la ciudad no cuenta con la capacidad a gran escala para reciclar aguas negras ni para recolectar agua de lluvia, por lo que se ve obligada a expulsar la impactante cantidad de más de 700 mil millones de litros de aguas residuales y de lluvia por desagües paralizados como el Gran Canal”, señala la publicación.
Actualmente, la Ciudad de México importa casi el 40 por ciento de su agua de fuentes remotas, donde después desperdicia la misma cantidad de agua a lo largo de sus 12 mil kilómetros de tuberías debido a fugas y ordeñas.
Por ello, el gobierno de la CDMX señala que el 20 por ciento de sus habitantes aún no cuenta con agua corriente en sus hogares, por lo que muchas familias se ven obligadas a contratar camiones para que les lleven agua potable a costos mucho muy elevados.
El director del Sistema de Aguas de la Ciudad de México, Ramón Aguirre Díaz asegura que el cambio climático tendrá dos efectos.
“Esperamos lluvias más fuertes e intensas, lo cual significa más inundaciones, pero también sequías más prolongadas y fuertes”, señaló.
Al dejar de llover en las presas de las que la ciudad se abastece, “vamos a enfrentar un desastre potencial. No hay cómo contar con suficientes camiones de agua para lidiar con un escenario como ese. Si tenemos los problemas que han tenido California y São Paulo existirá la seria posibilidad de que haya disturbios”.
Además, señaló que el problema no termina ahí, ya que la ciudad está construida sobre una mezcla de suelo volcánico y lechos de barro de los lagos.
“Los suelos volcánicos absorben agua y la depositan en los acuíferos. Son estables y porosos. Imaginemos una cubeta llena de canicas. Uno puede verter agua en la cubeta y las canicas apenas se moverán. Si uno mete un popote en la cubeta para extraer el agua, las canicas seguirán sin moverse. Durante siglos, antes de que la población se multiplicara, el suelo volcánico garantizó que la ciudad tuviera agua subterránea”, ejemplificó el texto.
Gracias a que la ciudad está construida sobre una mezcla de arcilla y suelo volcánico, acusó Aguirre Díaz, la ciudad se hunde de forma irregular, por lo que se generan fisuras impresionantes y peligrosas.
Lee la nota completa en The New York Times
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