Antes de escribir una sola palabra más, permítaseme decir esto: exijo, como periodista y como ciudadano, que los culpables de la agresión del fotógrafo Marco Ugarte sean presentados y reciban el castigo que contempla la ley. Me gustaría solicitar, de la manera más atenta, que sean tratados con justicia: que reciban un trato ejemplar de las autoridades; un trato que ellos, por hijos de la tiznada (no se me ocurre otra manera de describirlos), no le dieron al reportero gráfico. No la jodan, jóvenes: es un trabajador que vive de sus ojos, que alimenta a su familia con esos ojos; ahora no ve de uno y el otro lo tiene muy mal. Se necesita ser un verdadero desgraciado para hacer tanto daño. Cárcel, y no menos.
Pediría, además, que autoridades judiciales y visitadores de derechos humanos tomaran juntos el caso. Que se garanticen los derechos de los cabrones esos, como indica la ley. Que se les aplique un debido proceso para garantizar, sin prisa aunque con determinación, que reciban no un “castigo ejemplar” (la aplicación de la ley, en sí misma, pone ejemplos y es preventiva y persuasiva) sino la pena que les corresponde por sus actos. Yo, que no soy defensor de derechos humanos y tampoco funcionario público, les pondría una gran paliza si pudiera (sospecho que me derrotarían con una sola mano). Una gran paliza como la que le aplicaron a un trabajador inocente. Pero para eso está el imperio de las leyes. Queremos que las leyes estén por encima de nuestros deseos y nuestros instintos; entonces, pues que les toque lo que les toca y no hay de otra. Marco no se golpeó solo: fue agredido. Allí están los testimonios. Los agresores deben ir a prisión. Deben ser descapuchados, juzgados con evidencia y presentados como agresores ante una sociedad que tiene sed permanente de justicia. Ellos, y no otros; no inocentes torturados. Ellos. Que paguen por cada golpe.
Desde hace tiempo, grupos de encapuchados se mezclan en las manifestaciones, sobre todo (pero no exclusivamente) de la Ciudad de México. Pintan paredes, atacan civiles y policías, provocan, linchan y le ponen en la madre a todas las causas de la sociedad civil. Desde hace tiempo, ya. Y como esas manifestaciones no son organizadas por el PRI, por Antorcha Campesina o por René Bejarano y similares, se complica saber quiénes son. No se piden credenciales de elector para asistir: son de carácter ciudadano. Y, bueno, estos individuos se roban las portadas de todos los diarios. Anulan el impacto de la movilización entre la gente común: cualquiera que ve la foto de uno o varios de esos encapuchados lanzando molotovs o patadas desiste a (1) participar en cualquier movilización o a (2) brincarle apoyo. No soy partidario de los conspiracionistas y complotistas, pero podría sospechar del origen de estos vándalos; podría, dado el efecto que causan, decir que los alimentan oficinas de inteligencia política… esas mismas que “ha fallado” (entrecomillo “ha fallado” porque dudo que sea una falla) en ubicarlos y detenerlos. Años y años de escándalos públicos, y nadie los arresta, los investiga y los desintegra. ¿Por qué?
Lejos de ubicarlos, detenerlos y exhibirlos, los usan. Pongo como ejemplo lo que hizo el gobierno de Miguel Ángel Mancera el jueves pasado. Usó a los presuntos “anarcos” en cuestión para tratar de descalificar cualquier expresión de protesta y para anular el reclamo que existe contra el Jefe de Gobierno.
Hay un comunicado del GDF sobre los eventos en el auditorio Digna Ochoa (del pasado jueves) que vale la pena que revisen completo, porque exhibe el núcleo de Mancera, el corazón desde el que se toman decisiones. El boletín dice que todos los que protestaron allí contra el Jefe de Gobierno son “anarcos”, es decir, cabroncitos hijos de la tiznada como los que golpearon al fotógrafo Marco Ugarte. Descalifica la calidad moral de Perla Gómez Gallardo, presidenta de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, y la acusa de estar detrás de los “anarcos”, de ser una instigadora de cabroncitos hijos de la tiznada como los que golpearon al fotógrafo Marco Ugarte. En el evento había activistas del movimiento 1DMX, fundado a partir de los excesos (admitidos públicamente) de las agencias policiacas a la orden de Mancera; esos también fueron vinculados con los cabroncitos hijos de la tiznada como los que golpearon al fotógrafo Marco Ugarte. Estaba una activista de Femen, antes parte de una organización internacional de defensa de los derechos de periodistas; también Gisela Pérez de Acha fue vinculada a los cabroncitos hijos de la tiznada como los que golpearon al fotógrafo Marco Ugarte.
(“Perla no me invitó, yo iba sola y el Gobierno del Distrito Federal está mintiendo, porque si de verdad está diciendo que Perla me invitó a mí para sabotear su discurso, están muy equivocados, porque era una protesta contra Mancera, porque yo estoy enojada con Mancera. Yo ni siquiera conozco a Perla, no tengo nada que ver con Perla”, diría Gisela Pérez de Acha en entrevista con la periodista Mayela Sánchez de SinEmbargo).
El texto-rabieta del Gobierno del DF tiene muchas implicaciones, todas ellas muy graves. Es amenazante y es preocupante, porque nos pone a pensar, a los ciudadanos, en quién elegimos por voto mayoritario. Cuando llama “anarcos” a los que asistieron a una sesión abierta a expresar su rechazo al Jefe de Gobierno y a la misma titular de la CDHDF , deja ver que son cabroncitos come-vidrio todos aquellos que protestan; cuando se burla (“defensora”, le dice entre comillas) de la señora Gómez Gallardo, descalifica a la representante de los intereses ciudadanos ante la autoridad, y más: le anuncia, básicamente, que ya se jodió porque no podrá reelegirse: Mancera tiene en su mano la mayoría de la Asamblea de Legislativa (ALDF), y se requiere que la Asamblea la ratifique. Cuando asegura que todos los que protestaron son anarquistas invitados por la titular de la CDHDF dice que ella es cómplice de los mismos vándalos que quiebran vidrios de negocios, los rayan y los saquean y tienen a un fotógrafo (como en el pasado tuvieron a policías) en el hospital.
Le insisto en que lea el texto completo, que anexo, para que le tome bien el pulso. No conozco a la señora Gómez Gallardo, pero qué difíciles horas estará viviendo.
La capital del país ha sido una ciudad de vanguardia en muchos sentidos. Se supone que pretende ser un santuario para cuando el resto de las entidades, o algunas, fallan. Es un santuario (pero NO para lacras): un lugar donde se respetan los derechos de todos por igual. Pero si esos todos son encasillados en la nueva categoría de “anarcos”, entonces agárrense porque va parejo. Insisto: para las lacras, todo el peso de la ley. Investiguen, identifiquen, finquen cargos y metan a prisión a los que golpearon al periodista Marco Ugarte o a quien lanzó una botella de agua a Miguel Ángel Mancera en el evento de la CDHDF. No se aprovechen del malestar que causan los vándalos y no usen la categoría de “anarcos” para descalificar la protesta social. Apliquen la ley a quienes la rompan, sin calificativos.
Las encuestas claramente dicen que una mayoría no está conforme con el gobierno de Mancera. Su desplome en los sondeos de opinión es impresionante. Hay, por lo que se escucha y se puede advertir en, digamos, la evaluación que hace el periódico Reforma, un reclamo a la conducción del Jefe de Gobierno. No digan ahora que todos esos ciudadanos que se sienten decepcionados son “anarcos”. Que asuman su parte. Que corrijan lo que deban corregir. ¿Se han cometido excesos contra manifestantes? Por supuesto que sí. El gobierno del DF ha sembrado inconformidad, y ha aceptado que sus policías actuaron con dolo contra mucha gente durante manifestaciones. ¿Entonces por qué se extrañan que les boicoteen actos? ¡Los excesos policiacos existen! ¿No han dado pie a que muchos estén enojados y protesten? ¿No se han visto obligados a ofrecer disculpas públicas por los excesos contra inocentes? ¿No es así? ¿Estoy mintiendo?
Que las autoridades vayan por esos abusadores que le pusieron una tunda a un trabajador; aplíquenles, siempre con el debido proceso, todo el peso de la ley. Y aguanten el descontento, no descalifiquen las protestas usando a un fotógrafo golpeado. Los desgraciados están libres; vayan por ellos. Métanlos en la cárcel. Hay ciudadanos inconformes (y lo dicen las encuestas) por su propia culpa: no los califiquen de “anarcos” para desestimarlos. Hagan cumplir la ley sin adjetivos y acepten que algo no está bien en la ciudad.
Ese comunicado, de verdad, habla de un gobierno más cercano al de Gustavo Díaz Ordaz que al de, por ejemplo, Cuauhtémoc Cárdenas.
(Nota: De una vez les digo: no soy “anarco” –o lo que crean que es un “anarco–, aunque me atreva a escribir este texto, en sí mismo una protesta contra el gobierno de Mancera).
*Esta columna refleja sólo el punto de vista de su autor
Por: Alejandro Páez Varela
@paezvarela
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