Por Alejandro Páez Varela
@paezvarela
Honestamente yo pensé que, a estas alturas, el nuevo Presidente traería más oposición y un nivel de aceptación más castigado. Lo escribí algunas veces antes de que iniciara el sexenio. Dije que el acto de gobernar desgasta. Sobre todo si se decide un cambio de régimen y romper con la clase política dominante de los últimos 30 años. Porque llevamos tres décadas con los mismos en el poder. Carlos Salinas impuso una ruta que los gobiernos de PRI y PAN siguieron, pero además “mejoraron”… para mal. Vicente Fox se tradujo en un desencanto por la democracia y en el derroche en todos los sentidos: derroche de esperanza, derroche económico y (consecuentemente) derroche en la aceptación popular. Quizás a Felipe Calderón le convenga acordarse que cerró su Gobierno con miles demandando su enjuiciamiento por crímenes de lesa humanidad. De Enrique Peña Nieto ni hablo: el peor de todos; deja una marca difícil de romper: la del mandatario peor calificado en la historia desde que se tiene registro. Y ninguno de los tres, y ninguno en el pasado, habían mantenido una especie de luna de miel con el electorado como Andrés Manuel López Obrador.
El último corte a sus niveles de aceptación lo publican Washington Post y Reforma. “El único paralelismo válido para López Obrador es la comparación con Vicente Fox. El guanajuatense fue el titán que derribó al PRI y con ello se detonaron todas las expectativas. López Obrador derrotó al sistema del PRI y el PAN cuyas políticas públicas fijaron el rumbo del país durante más de veinte años. Hoy López Obrador cuenta con el 70 por ciento de la aprobación presidencial, pero en los meses recientes se ha duplicado el tamaño de su oposición. Durante sus primeros meses de Gobierno, Fox se dedicó a reducir las expectativas de cambio y optó por un régimen estable. En contraste, López Obrador, ha optado por cambios radicales en las principales temáticas de la política nacional”. No le muevo ni una coma a lo que publica el diario mexicano ayer domingo, nota firmada por Lorena Becerra y José Díaz-Briseño.
La #AMLOTrackingPoll realizada por Consulta Mitofsky de Roy Campos para El Economista colocaba a AMLO ayer en 60. 7 de aprobación. No es su mínimo en lo que va del año en ese mismo ejercicio demoscópico diario. Estuvo en 60.0 hace dos meses. Tampoco es un gran movimiento si se considera que en abril, el Presidente estaba en 66.5 por ciento.
En días pasados se le dio vuelo (sobre todo en columnas) a la “Encuesta Nacional de México Elige”, de “Aldo Campuzano y Sergio Zaragoza”. No tenía el gusto de conocerla. Cortaba, supuestamente, al 7 de julio. Decía que “del 73 por ciento, en febrero de este año, [bajó] al 46.9, lo que representa una caída de 26.1 puntos en cinco meses”, según leí en El Financiero. Alejo Sánchez Cano escribe en ese mismo diario: “Los datos dan cuenta del fracaso de López Obrador en eso que llaman gobernar, ya que en pocas semanas ha vulnerado instituciones, dañado la confianza en el país, terminado con obras de gran envergadura como el aeropuerto de Texcoco, despedido a miles servidores públicos y, lo más grave, no ha podido contener la inseguridad a nivel nacional”. Así lo dijo. Pero esa encuesta, a mi parecer, tiene dos problemas: el primero es que apareció de la nada; el segundo es que, si se vuelve a publicar, deberá justificarse a sí misma: si plantea 26 puntos de caída en 5 meses y AMLO sigue con las mismas políticas como hasta hoy, el Presidente debería andar en 20 puntos de aceptación y 80 de rechazo para diciembre. Cincuenta puntos de caída libre, según. No lo creo. Ya lo veremos. En fin.
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“No es ni siquiera cambio de gobierno. Es cambio de régimen”, dijo López Obrador ayer. “Imagínense si están contentos los que no pagaban impuestos, los de mero arriba. Pagaban impuestos ustedes, pero no una élite”, agregó.
Honestamente, yo pensaba que enfrentarse a esos dos gigantes que van agarrados de la mano (el viejo régimen político y los grandes empresarios) iba a desatar una campal contra AMLO. Seguro se ha intentado, pero con éxito relativo. Esos dos gigantes lo hicieron en el pasado: operaron hombro con hombro en 2006, con resultados que usted conoce. Pero ahora no han podido. Sólo a las grandes empresas, con un decreto, las obligará a pagar los 400 mil millones de pesos en impuestos que les perdonó Peña Nieto. Calderón también se los perdonó. Y Fox. Por eso lo digo: Honestamente pensé que el nuevo Presidente traería más oposición y más desgaste. No es así.
La única oposición visible es Calderón y su esposa. Leo a Álvaro Delgado, en la revista Proceso; una nota publicada ayer: “Mientras los proyectos de Elba Esther Gordillo y de Hugo Eric Flores llevan más de la mitad de las asambleas exigidas por el INE para obtener su respectivo registro como partido político, el del matrimonio Margarita Zavala-Felipe Calderón se rezaga y tiene un avance de sólo 13 por ciento. Esta falta de respaldo de los mexicanos a México Libre, el proyecto partidario de Calderón, explicaría las declaraciones de Zavala, el miércoles 17, en el sentido de que si no se obtiene el registro este año, como lo establece la ley, lo volverán a intentar en el 2025”.
Así lo dijo Margarita Zavala: “Creemos que es necesario y que no hay otra idea mejor, aunque no nos guste mucho más, que hacer un partido político. Y que al mismo tiempo es urgente y también es urgente en la medida de que lo hacemos este año o será hasta el 2025”. Los números no les dan para hacer un partido. Y esa es la oposición más organizada que tiene López Obrador.
Ahora, dejo esto claro: el Presidente puede perder base de apoyo con mayor velocidad si no apresura el despegue económico y si no le pone un alto a la inseguridad. El crecimiento es enano y la violencia está en números históricos. El sábado se dieron a conocer las últimas cifras del Secretariado. Junio fue el mes más violento en lo que va del año, con 2 mil 560 homicidios en todo el país. Por arriba de mayo, que cerró con 2 mil 473; en abril hubo 2 mil 307; en marzo, 2 mil 425. Este 2019 suma ya un total de 14 mil 603 homicidios dolosos. AMLO se tiene que apurar o lo alcanzan los muertos.
Pero insisto: honestamente pensé que, a estas alturas, el nuevo Presidente traería más oposición y más desgaste. No es menor la tarea que se ha asignado.
Le quedan cinco años y meses para desmantelar lo que había. Y eso es una tarea relativamente fácil si se mide con la otra que todavía nos debe: ponerle ruedas al país, y echarlo a andar. El Presidente ha gastado capital en ir desarticulando lo que estaba instalado, pero ahora debe poner todo su empeño en demostrar que lo que le sigue es mucho mejor que lo que había.
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