Tal vez para la autoridad sea una “verdad histórica” , pero carece de evidencias suficientes. ¿En el basurero de Cocula ocurrió aquello que la PGR afirma sucedió: la incineración de 43 estudiantes de la Normal Isidro Burgos, desaparecidos en Iguala?.
Ingresar al basurero en este momento es una tarea casi imposible… menos para aquellos que co
Sin embargo, para habitantes de comunidades cercanas como Santa Teresa, Sabana Grande o Apipilulco, llegar al basurero puede ser algo relativamente sencillo porque conocen las veredas del cerro en donde se instaló el tiradero. A lo que le tienen miedo, no es a lo escarpado del terreno, sino a la presencia de grupos de la delincuencia organizada que manejan la zona según su antojo e imponen su ley.
El basurero
La cabecera municipal de Cocula se ubica a menos de 30 minutos del Centro de Iguala. Uno tiene que enfilar hacia el suroeste por la carretera que lleva a Metlapa y después tomar la desviación a Cocula.
Desde que un extranjero arriba a este lugar es observado con recelo por los habitantes que se congregan en la plaza principal, zócalo bordeado por un cancel de color blanco y rodeado a su vez por puestos ambulantes de comida y ropa.
Los taxistas no quieren transportar a nadie desconocido del pueblo, pero después de explicar el motivo del viaje para documentar el viaje, aceptan el trabajo, aunque con una condición: ellos son los primeros que saben lo complicado que es acercarse y no responden si están los puestos de control del Ejército o de la Gendermería.
“Antes podías meterte sin pedos, pero desde lo de los muchachos, ya no te dejan acercarte… hace poco vinieron unos periodistas, de Televisa, pero no los dejaron pasar y los regresaron” explicó José Miguel, trabajador del volante de la zona.
Del Centro de Cocula y pasando el puente del Río San Juan (donde supuestamente lanzaron las bolsas con las cenizas de los estudiantes) es un solitario camino de siete kilómetros de terracería, delimitado por plantas desérticas y algunos ranchos.
Después de pasar los ejidos, se llega a una segunda brecha que bordea un arroyo seco. A mano derecha, cien metros adelante, se encuentra el ingreso al predio. Ese día no estaban los federales impidiendo el paso. “Siempre se paran aquí los de la gendermería” explicó el mismo José Miguel que a pesar de estar asustado, de repente se sintió parte de la aventura; entonces decidió ingresar al predio a pesar que su Tsuru recibiría los embates de las piedras que saltaban a su paso por el camino.
El camino se vuelve más complicado, y es que no está diseñado para los coches compactos. Por el sitio sólo pasaban los camionetas recolectores de basura, que tras el cierre del tiradero, llevan los desperdicios a las comunidades de Ceja Blanca o Metlapa.
Cuando parecía que la meta estaba cerca, tres kilómetros antes de llegar al depósito de desperdicios, uno se topa con el improvisado puesto de la policía estatal. Tienen la orden de encañonar y obligar a pararse a todo aquel que trata de ingresar al basurero.
El comandante y sus dos subordinados se ven hartos y temerosos de cuidar la brecha, y reflejan su molestia ante los invasores. Tienen dos casas de campaña, un asador y un tambo de agua el cual deben compartir con un enjambre de abejas. “No dejamos ni pasar a los argentinos (refiriéndose a los peritos argentinos), si no traen permiso de la PGR… espero, nos entiendan, pero es nuestra chamba”.
Se ven asustados, nunca pasan vehículos por la zona y cuando esto sucede desconocen si son amigos o enemigos. Ellos deben de alistarse para cualquier cosa, se encuentran a la mitad de una tierra de narcotraficantes.
Y es que el objetivo es que nadie pase, nadie se acerque, nadie conozca el teatro que se montó.
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Los otros ingresos al basurero
Aunque el único ingreso vehicular al basurero está restringido, los habitantes de la zona conocen los otros caminos para llegar al lugar.
A un costado de la carretera libre a Chilpancingo se ubica el poblado de Santa Teresa, una pequeña comunidad que colinda con el cerro donde se instaló el tiradero… incluso los niños reconocen las veredas para acercarse.
Pero no es una labor tan simple: lo que en verdad asusta a las personas no son los barrancones, o lo escarpado, sino que en esos cerros se ocultan células del cártel de los Guerreros Unidos, así como de Los Rojos.
“Pero si vas en el día no pasa nada, está tranquilo” afirmó un niño de ocho años que juega con su primo en calles de Santa Teresa y a pesar de las restricciones, han acudido varias veces al basurero, aún en estos tiempos de crisis.
Los habitantes de Apipilulco también saben como llegar al basurero bordeando el cerro. La desventaja de estos “nuevos” caminos es que son 40 minutos de viaje a pie, en medio de los árboles. Subida tras subida se llega a lo que la PGR afirma, fue el último sitio donde estuvieron los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa.
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¿Hubo un infierno en el basurero?
¿En el basurero de Cocula quemaron a alguien? Es difícil de decir.
El sitio apesta como debe de ser, hay tanto moscas como mosquitos que vuelan sobre las toneladas de basura que descienden por una pendiente de 20 metros de profundidad. Hacia abajo, en un claro, el suelo quemado donde supuestamente se ubicó la hoguera donde quemaron a los estudiantes.
Bajar no es sencillo desde el otro lado del terreno, donde se encuentra una colina escarpada. La única bajada hacia el claro es por la ladera donde se encuentra la basura.
“No mataron a nadie ahí” afirma doña Lucía, vendedora de quesadillas del zócalo de Cocula, “esa noche (26 de septiembre) llovió y estuvo lloviendo desde dos días antes… además otras veces que se ha quemado el basurero se hace un humaredón que se ve desde aquí y ese día no se vio nada”.
Y es que las dudas son muchas: a pesar que ya han pasado cinco meses, no hay huellas de daño por el fuego en los árboles cercanos. En el piso no está una mancha de grasa que debieron generar los cuerpos calcinándose. El espacio, un área de 40 por 40 parece diminuto para la cantidad de personas que debieron estar ardiendo de forma simultánea. Aunque los peritos hayan recogido todos los restos, no quedan evidencias de que el punto se haya transformado en crematorio.
Sin ser perito, el lugar genera más dudas que respuestas.
“Dejaron las cenizas que querían que se encontraran, pero seguro los muchachos están en otra parte, a lo mejor ni los quemaron” concluye Miguel, el taxista.
En ese basurero se quemaron muchas cosas, pero existen dudas razonables para pensar que no sucedió la verdad histórica que reclama la PGR.
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Y por si tenían el pendiente, el llamado Río San Juan, donde supuestamente arrojaron las cenizas de los estudiantes calcinados, no tiene suficiente corriente… cuando menos en esta época del año.
“Cuando lanzaron las bolsas con los restos, pos estaba lloviendo, pero de todas maneras no crece tanto la corriente para jalar bolsas tan pesadas… quién sabe la verdad” concluye doña Lucía con sabiduría antes de colocar la siguiente quesadilla en el comal.
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