La guerra en Siria ha continuado durante casi cinco años, más de dos millones de niños están tratando de huir de la guerra, del horror. Han tenido que dejar atrás a sus amigos, sus hogares y sus camas. Algunos de estos niños se ofrecen para mostrarnos donde duermen ahora, cuando todo lo que una vez, ya no existe.
Magnus Wennman, ganador de dos premios World Press Photo y ganador cuatro veces del galardón al Fotógrafo Sueco del Año, ha conocido refugiados en innumerables campos de refugiados durante este año.
Fotografiska y Aftonbladet tienen como objetivo el reconocer la situación de vulnerabilidad de estos niños que han sido desplazados por la guerra, apoyando a la Agencia de Refugiados de la ONU ACNUR.
Abandonó en su hogar en Bagdad sus muñecas, su pelota y su tren de juguete, y a menudo habla de ellos cuando le mencionan su casa. La bomba lo cambió todo, por suerte cayó cuando la familia iba a comprar comida. Pero ya no podían vivir ahí. Tras 2 intentos de cruzar el mar desde Turquía en un bote de goma, consiguieron llegar a la frontera cerrada de Hungría. Ahora Lamar duerme en una manta en el bosque, asustada, congelada y triste.
Abdullah tiene una enfermedad sanguínea. Los 2 últimos días ha dormido afuera de la estación central en Belgrado. Vio como mataban a su hermana en su hogar en Daraa. “Aún está en shock y tiene pesadillas todas las noches,” dice su madre. Está cansado y enfermo, pero su madre no tiene dinero para comprarle medicinas.
Ahmed duerme en el césped pasada la medianoche. Los adultos aún están en pie, planeando como salir de Hungría sin que les registren las autoridades. Ahmed lleva su propia mochila mientras hacen el camino a pie. “Es valiente y solo llora a veces por las tardes,” dice su tío, quien cuida de él desde que asesinaran a su padre en Deir ez-Zor, al norte de Siria.
Maram acababa de llegar del colegio cuando cuando un misil cayó en su casa y un trozo de tejado le golpeó la cabeza. La llevaron al hospital y de ahí a la frontera con Jordania. El golpe le causó una hemorragia cerebral y los primeros 11 días los pasó en coma. Ahora está consciente, pero tiene la mandíbula rota y no puede hablar.
Ambos viven en las calles de Beirut. Proceden de Damasco, donde una granada mató a su madre y a su hermano. Junto con su padre, llevan un año durmiendo en las calles. Se acurrucan en sus cajas de cartón, y Rahaf dice que tiene miedo de los “chicos malos”. Ralia llora.
Fuente: Cultura Inquieta
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