México ha vivido un sin fin de situaciones que lo han desmotivado en el camino hacia el bienestar social. Los éxitos del país siguen siendo individuales, en áreas como el entretenimiento y alguno esporádico en el deporte pero no en al vaivén de la vida cotidiana.
El escepticismo mexicano es el principal obstáculo para redefinir una nueva identidad nacional ya que ni siquiera se permite pensar en la posibilidad de que la situación mejore. Una buena parte de México sigue creyendo en santos y no en personas.
Pertenecer a tercer mundo o primer mundo ya ni es relevante, esas etiquetas económicas sólo han servido para levantar muros entre los pueblos.
Durante este año, por diversas situaciones ha resonado mucho el tema de la Libertad de Expresión.
A principios de 2015 el debate se centraba en que si los caricaturistas de Charlie Hebdo merecían o no ser masacrados por el contenido de sus dibujos. En estos momentos el tema es si Carmen Aristegui fue víctima de censura o si el capital privado simplemente hizo uso de su poder comprado para silenciarla y claro, la inolvidable masacre de Normalistas en Ayotzinapa de hace 6 meses es la muestra absoluta de autoritarismo a quien piensa distinto a lo dictado por el Sistema.
En el corte de caja, bien podríamos ignorar el debate ante lo evidente del meollo en esas y otras situaciones, pero en este auge por defender la libertad de expresión en el siglo XXI, esta prohibido olvidar que el fascismo nunca se fue.
La barbarie a nivel mundial sólo ha disminuido por regiones. Se dejó de luchar por erradicarla y para colmo se agudizó en algunos lugares como México.
El Internet sigue siendo una herramienta para los estallidos sociales pero no es suficiente, el estallido debe ser de larga duración y un estilo de vida. La plataforma virtual es un ejemplo del auge por la libertad de expresión. En el blindaje que otorga el uso de la red, se leen un sin fin de insultos porque dentro de lo molesto que resulte ser esa práctica. es libertad de expresión y lo políticamente correcto casi siempre somete al pensamiento.
Se habla mucho del derecho a expresarse libremente y poco de la responsabilidad que implica el uso de tal libertad. En el ejercicio del periodismo nos damos cuenta de lo incómodo que resulta para los poderosos esa libertad de todos. Casos como el de Julian Assange o Edward Snowden, ponen en la mesa un debate que no debería de terminar mientras sigan los atentados en contra de quienes han luchado por el derecho a la información.
Es necesario definir la utilidad de ser libres para pensar y expresarnos porque ya sabemos que a las cúpulas de poder, les incomoda ese derecho universal.
Por: Manuel Tenedor.
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