Por Alejandro Páez Varela
@paezvarela
Una de las tareas más ingratas de estos tiempos debe ser constituirse en oposición. Hemos vivido periodos en que a los contrarios al régimen en curso se les perseguía, incluso con las fuerzas armadas; o, en épocas más recientes, se les aplastaba con todas las mañas del Estado, entre ellas darle dinero a raudales a cierta prensa poderosa y a ciertos periodistas poderosos para que hicieran pedazos a los que se expresaban en contra. Eso no pasa (o no tengo evidencia de que pase) en estos momentos. Y eso hace más ingrato, más miserable ser esa oposición.
“Confieso que hemos contado con suerte. Maquiavelo decía que la política es virtud y fortuna, suerte. En este tiempo han soplado buenos vientos y estamos llevando a la práctica una transformación profunda con poca confrontación y sin violencia política”, dijo ayer Andrés Manuel López Obrador. Agregó: “No dejan de existir, ni queremos que desaparezcan, las protestas legítimas de los ciudadanos, ni los reclamos de nuestros adversarios, los conservadores que se oponen a cualquier cambio verdadero y están nerviosos o incluso fuera de quicio; sin embargo, no han podido constituir, y esto lo celebramos y toco madera, para que no se pueda crear un grupo o una facción con la fuerza de los reaccionarios de otros tiempos”.
“Además –agregó–, lo digo con respeto, no quiero que se entienda como un acto de prepotencia o una burla, es lo que estoy percibiendo: están moralmente derrotados. El Presidente [Benito] Juárez decía, tenía una frase: ‘El triunfo de la reacción, decía, es moralmente imposible’. Están moralmente derrotados porque no han tenido oportunidad de establecer un paralelo entre la nueva realidad y el último periodo neoliberal, caracterizado por la prostitución y el oprobio, que se ha convertido en una de las épocas más vergonzosas en la historia de México”.
Y tiene razón, al menos en aquello de “están moralmente derrotados”. Nada más hay que repasarlos.
Carlos Salinas de Gortari está condenado al papel de duende oscuro, perverso y agazapado; operando en las entrañas del drenaje, siempre: su última gran aportación fueron los ‘videoescándalos’ y de allí, sus roles han sido los del patético operador de individuos moralmente reducidos a estiércol, como Roberto Borge o Enrique Peña Nieto, por nombrar algunos.
Ernesto Zedillo es una sombra gris que juega entre los consejos de administración y los salones de clases; que resulta el mejor librado porque se les compara con los otros; cuya herencia a los mexicanos son los miles de millones de dólares de deuda dejó porque se los regaló, sin recato, a bancos y empresas.
Vicente Fox Quesada. Uf. Un triste personaje de redes sociales que no llega a engañabobos, siquiera: es el bobo con suerte, pero desenmascarado; el que sube al más alto honor y se cae, estrepitosamente, y mientras rueda por la colina se va desnudando, desmoronando. El destructor de la esperanza, le he llamado. Ni abundo porque los mexicanos lo tienen ubicado.
Felipe Calderón. Quizás de todos, el peor. No sólo porque tiene sueños en los que se ve otra vez viviendo del Estado (él y toda su familia) como antes, como siempre; no sólo porque ha intentado una y otra tocar la puerta y los mismos ciudadanos se la han cerrado; no sólo porque su único logro (la Presidencia) está manchado por la deshonestidad y el fraude, sino porque fue él quien nos llevó a este horror que vivimos a todos los días. A él le debemos este México que se autodestruye; a él le debemos este baño de sangre; a él le debemos tanto dolor, tantas viudas y huérfanos; tantas fosas y anfiteatros llenos de cuerpos sin reclamar. Y es el peor de todos porque no está arrepentido y como no está arrepentido, confía en que puede regresar; que puede volver a someter a México a sus arrebatos, cachetadas y manazos.
Queda Enrique Peña Nieto. Ni digo mucho. Patético Peña; vulgar Peña. Un error del sistema.
Y los demás, un chiste. Gabriel Quadri, José Narro, “Los Chuchos”, etcétera. Nada. Se escurren entre los dedos. En efecto: moralmente derrotados. Le faltó al Presidente completar la frase: moralmente derrotados por ellos mismos. Nada. Nadie.
Lo dicho: ser oposición, en estos tiempos, debe ser muy, pero muy ingrato. No hablo, por supuesto de los ciudadanos, de los que no creen en la 4T y están en su derecho y así lo expresan. Hablo de la oposición organizada, la que se sabe el caminito hacia los recursos públicos; hablo de la que quiere figurar para tener acceso a puestos, a nombramientos, a poder. Creo que –razonándolo bien– allí está la razón de su derrota: se les huele, a cien kilómetros, que les vale México. Y se les huele porque lo demostraron cuando tenían todo y sólo hicieron daño. A esa oposición me refiero.
Y qué bueno que nazca una verdadera oposición; una moralmente ética, que realmente represente ciudadanos y no intereses; que tenga un ofrecimiento y que huela a tierra, a campo y a barrios; que se arme de los que no han sido incluidos por la 4T, o no se sienten parte de la 4T o simplemente no creen en la 4T. Qué bueno que venga una oposición real, ya, ahora mismo, en camino: se vale y es bueno que exista, por el bien de esta democracia. Que nazca genuinamente de recorrer los caminos y las veredas polvorosas.
Y no esa oposición, hecha de escombros; alimentada por el odio y el deseo de regresar al presupuesto. Esa oposición que no se organice nunca; que esté moralmente derrotada, inutilizada, fuera de quicio para siempre. Se lo tiene bien ganado.
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