En el tercer año de su mandato presidencial Enrique Peña Nieto no pudo remontar la caída de aceptación, credibilidad y eficacia que se produjo en los cuatro últimos meses de 2014, justo después de que su gobierno logró en un periodo récord la aprobación de 11 reformas estructurales.
El último cuatrimestre de 2014 fue una sucesión de fracasos, tragedias, escándalos e incapacidades que se acentuaron al negar sistemáticamente la gravedad de los hechos. De ahí provino la caída: la matanza de Tlatlaya, la tragedia de Iguala y la desaparición persistente de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, el escándalo de la Casa Blanca, la indignación por la “verdad histórica”, la caída de las expectativas de crecimiento económico (2.1% en 2014, frente a un raquítico 1.1% en 2013) y la irritación social que llevó a miles en las redes y en las calles a demandar #FueraPeña.
En 2015 el desafío era enorme, pero no imposible. Lejos de enmendar los graves errores cometidos en la gestión de las crisis de 2014, el peñismo optó por la fuga, literal y simbólica, ante la realidad que no se ajustaba a su propaganda.
La fuga de “El Chapo” Guzmán, símbolo y prueba de la incapacidad del Estado mexicano para enfrentar al narcopoder, convirtió al gobierno de Peña Nieto en el hazmerreír internacional.
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