Por Alejandro Páez Varela
En diciembre pasado, el Diputado federal priista Héctor Yunes Landa, ex candidato al Gobierno de Veracruz, abandonó una reunión quejándose de la aplanadora de Morena. Equis la reunión; equis el legislador; equis su partido, sin autoridad moral para denunciar o pedir nada. Antes de salir soltó una frase que me llamó la atención: “No son dueños de esta reunión; quédense con su fiesta y búsquense a gente que les quiera estar escuchando sus rollos. ‘¿Somos 30 millones de votos?’. Ustedes no los ganaron. Los ganó Andrés Manuel. Ustedes venían en las valencianas de él. No los conocen ni en su distrito”. Allí está la frase. Me sigo.
Solemos llamar “tsunami” al efecto que tuvo López Obrador en las elecciones pasadas. Las historias de candidatos de Morena que no se esperaban ganar pero que salieron electos corrieron por todo el país. Arrastrados por un líder poderoso, muchos alcanzaron cargos que en condiciones normales nunca habrían logrado. Los votos copiosos para el candidato presidencial premiaron a cientos, quizás a miles de morenistas.
Hoy existe una cierta certeza de que, en las elecciones que vienen, todavía incidirá el efecto AMLO. Sólo una burrada impediría que Morena se quede con dos bastiones históricos del PAN: Baja California y Puebla. Algunos creen, analizando los números de aceptación del Presidente, que el vuelo del ganso alcanzará incluso hasta las federales intermedias de 2021. Es decir, los tiempos de gansos gordos para el partido del Presidente son hoy.
Pero no habrá López Obrador para siempre. Y eso, Morena debería tenerlo bien claro. Si baja en los niveles de aprobación en los siguientes meses y años sería natural dada la cresta en la que se encuentra; no digo que pase, pero sería normal que sucediera. Y luego viene el cierre de Gobierno y la despedida. Y entonces sí, Morena deberá nadar con vejigas propias. Deberá cosechar lo que haya sembrado en lo que corre de sexenio, cuando tuvo la enorme oportunidad de irrumpir en la vida pública de manera estruendosa; cuando pudo mostrarse ante el electorado como opción de cambio y, lo más importante, cuando estuvo en posibilidad de demostrar para qué quería el poder.
El crecimiento de la oposición, al menos en el corto plazo, no depende de la oposición. Para su desgracia, depende directamente de Morena y de López Obrador, que tienen dos años y medio para vender los primeros resultados entre los electores y poco más de cinco años para convencerlos de que un gobierno de izquierda es viable. Ya sabemos que es posible porque se ganaron las elecciones; todavía no sabemos si es viable, si ejecuta acciones y da resultados.
Pero dentro de poco tiempo –porque en realidad es muy poco–, Morena perderá a su jonronero para enfrentarse solo al estadio completo: abajo, jugadores; en las gradas, el público. Hay poco equipo contrario para competir, pero ya sabemos que el público de los estadios de beisbol es duro de convencer. Pregúntenle al propio Presidente.
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¿Qué advierto? Que Morena es una estructura en proceso, no armada. Que hay sabandijas, muchas más de las que se imagina Yeidckol Polevnsky. Veo división, producto de las ambiciones de poder. Ubico grupos que irán por todo, pasado por encima de todos. Alerto que si no se blinda al partido, estallará la bomba de tiempo que tiene tiempo haciendo tic, tac.
Y veo una dependencia directa al vuelo del ganso. Y que si el ganso no se cansa –todos los gansos se cansan– en algún momento tendrá que bajarse a descansar, a tomar agua, a hacer vida en Chiapas o en donde le plazca. Veo, además, a la gente muy enganchada en AMLO, no en Morena. Y veo que el único que se tendrá que retirar en algún momento es AMLO, no Morena.
“‘¿Somos 30 millones de votos?’. Ustedes no los ganaron. Los ganó Andrés Manuel. Ustedes venían en las valencianas de él”, decía el Diputado. Equis el Diputado. Equis su partido. Pero la frase allí está. Esa frase debería ser parte del manual de supervivencia para cuando el líder no esté. O Morena se las verá negras. Me canso ganso.
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