Por Alejandro Páez Varela
Escuché a Enrique Krauze pedirle al Gobierno mexicano, cuando la campaña en Estados Unidos tomaba forma, que enfrentara a Donald Trump. “A los tiranos no se les apacigua. A los tiranos se les enfrenta. Esta es la lección del Siglo XX”, dijo más de una vez, poco después de que Luis Videgaray invitara al entonces candidato republicano a Los Pinos en aquél bochornoso episodio conocido como “el error de agosto”. Krauze no creía que Trump llegaría a la Casa Blanca, pero advirtió, de muchas maneras, que aún si ganaba, “la dignidad y la valentía es la mejor forma de enfrentar a un tirano”.
Krauze lo hizo saber en entrevistas, en textos. Letras Libres –que él dirige– publicó en su portada al sátrapa anaranjado con bigote de Hitler. Sé que algunos no tienen en buena estima al intelectual mexicano, pero al menos podrían aceptar que aquí –y en muchos momentos– tuvo siempre la razón: yo sentí al escritor urgido, llamando al Presidente Enrique Peña Nieto a que montara una estrategia para confrontarlo porque si no se le confrontaba (“la lección del Siglo XX”) iría moviendo sus mojoneras, como lo hacen los dictadores, más adelante de la frontera: cada vez más agresivo, cada día más abusivo, hasta volverse indomable.
Apenas la semana pasada, Peña medio dijo algo. Que dizque no se aceptaría el discurso amenazante de “alguien”. Huyó al deber de llamarlo por su nombre, de confrontarlo; se escurrió, otra vez, de su responsabilidad; y es la mejor respuesta que hemos recibido de él. Los mexicoamericanos e incluso muchos indocumentados salieron a las calles el sábado, junto a otros representantes de distintas minorías, a condenar al sátrapa anaranjado; miles, en 50 ciudades de Estados Unidos, salieron a decirle a Trump que le saldrá caro mantener el discurso del odio. Pero madrear a México una y otra vez le ha salido prácticamente regalado: Peña se ha doblado y entonces él, que es un bully de secundaria, sabe que justo esos que no le responden le permiten agarrarse la entrepierna para asustar a los demás. Y el domingo, apenas amaneció, Trump tomó el celular y reiteró sus amenazas contra empresas que están en México; y por la tarde de ayer se lanzó contra BMW. Le sale gratis tanta barbajanería. Le sirve y se sirve a cucharadas: como no hay consecuencias y como no lo ponen en su lugar, entonces recurre a México para desviar la atención. Le servimos en campaña para afianzarse y le servimos ahora, cuando millones de estadounidenses lo confrontan y cuando esos millones se preparan para recibirlo como que se merece, este próximo 20 de enero, cuando asuma el gobierno.
Peña tiene una confianza ciega en lo que haga Luis Videgaray. Cuatro años de errores en la economía no le bastaron y ahora le entrega una tarea estratégica: la política exterior. Y como somos México, no hay más exterior que Estados Unidos y entonces es él, Videgaray, el que armará los escenarios. Pero él, Videgaray, no pagó ni el error de traerlo a México –ya lo restituyeron, con honores– y no pagará si se equivoca, una vez más; no pagó la descomposición de la economía en tiempo récord (cuatro años) lo que a su vez nos deja a merced del tirano. Peña tiene una confianza ciega en Videgaray, pero los mexicanos no tenemos fe ciega en ninguno de los dos –a juzgar por las encuestas y por el consenso entre economistas y líderes de opinión–, sobre quienes caen sospechas de corrupción y cuyo resultado, en cuatro años, es un peor país, más vulnerable a los ataques externos. Peor preparado para enfrentar al sátrapa.
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Hay, en librerías, una cantidad impresionante –era de esperarse– de libros sobre el magnate anaranjado. The New York Times y The Washington Post, al menos, metieron a sus investigadores más afilados a revisar su vida. Éste último diario puso a trabajar a un equipo de decenas de reporteros, dos de ellos (Michael Kranish y Marc Fisher) con Premio Pulitzer, y el resultado fue Trump revealed, un trabajo exhaustivo que desnuda a Trump. Revela, por ejemplo, cómo se alió al poderoso broker Roy Cohn para que le ayudara en tratos con las organizaciones del crimen organizado en Nueva York, Atlantic City, Florida, Escocia y Azerbaiyán. Muestra a una verdadera ficha, a punto de asumir el poder en la democracia más poderosa del planeta.
Leer no es el fuerte de la casa y no espero que Peña lea alguna una de estas biografías (una más: The Truth About Trump, del Premio Pulitzer Michael D’Antonio). Las cito porque, frente al reto que significará enfrentar al monstruo deberá estar, primero, otro: dimensionarlo… algo que debieron hacer hace al menos 10 meses. Datos importantes: la mayoría de la prensa de Estados Unidos coincide en que Trump se les fue de las manos. Que primero, los medios lo menospreciaron; luego le dieron trato de bufón y después, cuando ya estaba colocado entre los electores, se tardaron en responderle. Y ya era demasiado tarde. Ya era imparable. Esos libros llegaron tarde.
Con el Gobierno de México ni siquiera sucedió eso. Nunca se le dio trato de bufón o se le menospreció, siquiera; jamás se le respondió y ahora lo tenemos encima. Siento que todo se debe a que no hubo quién estuviera leyendo al personaje a tiempo y de manera formal; no veo, honestamente, al Presidente analizando la prensa y siguiendo él, en persona, el fenómeno. La evidencia me dice que tampoco los que estaban cerca de él lo informaron (de algo tan serio que debió ser su responsabilidad, primero. Pero en fin). Entonces Trump le cayó de golpe a Peña y, por lo mismo, a todos nosotros. Ganó, y luego el mandatario mexicano se fue de vacaciones y quizás fue allí cuando pensó: “Pues que venga Luis a resolver el asunto”. Y es Luis porque, se supone, el ex Secretario de Hacienda conoce a no se quién de la familia de Trump y el Presidente piensa que con eso basta.
Krauze no está únicamente para ser plagiado. Hay que escucharlo, al menos: “A los tiranos no se les apacigua. A los tiranos se les enfrenta. Esta es la lección del Siglo XX”, dijo el intelectual mexicano, incluso por el medio de comunicación favorito del Presidente: lo dijo por televisión. Pero del otro lado sólo hubo silencio. Ni por televisión lo escucharon. Eso me dicen los hechos.
A Trump ni lo estudiamos, creo; no lo analizamos, ni lo medimos. Esperábamos (esperaban, en el Gobierno federal mexicano) que no llegara y ya, listo, amenaza conjurada. Como con todos los retos del sexenio: que las madres de los 43 estudiantes se desinflen solas, que los indignados del gasolinazo se disuelvan en sus propias protestas, que los ciudadanos se olviden de las cifras de pobreza porque simplemente ya no habrá, que los partidos y los votantes y los empresarios y la sociedad en su conjunto se olviden de los casos de corrupción, del crecimiento pobre, de las promesas que hizo Peña en campaña y que, por supuesto, no cumplirá aunque haya “firmado ante notario” todo eso. Da la impresión, o los hechos me lo dicen, que confiaban en que no llegaría. Y ya.
No tengo cierre para este texto. Tengo un sabor a amargo en la boca, un sobresalto, una pena bárbara porque los primeros en pagar por el descuido serán los obreros –a los que Trump les roba el empleo– y sus familias. Tengo una tristeza profunda por lo que viene y coraje, también, porque Peña y Videgaray lidiarán con el monstruo menos de dos años más y luego se irán, y nosotros nos quedaremos a enfrentar lo que viene: cuatro (que pueden ser ocho) de los peores años que haya padecido nuestra República, cuatro años (que pueden ser ocho) con el agua hasta la coronilla, tratando de contener la respiración, intentando sobrevivir al sátrapa anaranjado que a estas alturas ya nos tomó, con permiso de todos ustedes, por sus pendejos.
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