Por Alejandro Páez Varela
Apenas han pasado unos días desde que el Presidente enfrentó a Jorge Ramos por la inseguridad. Andrés Manuel López Obrador le dijo que tenía sus propias cifras y que la violencia está bajando. El sábado, hoy lunes hace dos días, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública confirmaba que hubo un incremento del 9.7 por ciento en los homicidios dolosos respecto al mismo trimestre de 2018. Los datos, entonces, confirman lo que el periodista reclamaba. AMLO no tenía razón. La pregunta es por qué optó por el enfrentamiento.
El sábado, apenas unas horas después de la matanza en Minatitlán, el Presidente lanzó un tuit. Hablaba de conservadores y demás, en esa jerga que recuperó del siglo XIX. “Callaron como momias –dijo– cuando saqueaban y pisoteaban los derechos humanos y ahora gritan como pregoneros que es inconstitucional hacer justicia y desterrar la corrupción. No cabe duda de que la única doctrina de los conservadores es la hipocresía. Son como sepulcros blanqueados”. Muchos esperaban un mensaje distinto frente a la tragedia. Hasta el mediocre de Enrique Peña aprendió a lanzarlos cuando sobrevenían las tragedias. No me explico por qué optó por el enfrentamiento, por sacarse de la chistera el asunto ese que trae atravesado –sobre los conservadores y los liberales y no se qué– de hace cien o más años.
Luego, el Presidente tuvo una oportunidad perfecta para hablar sobre la inseguridad: el acto por el 105 Aniversario de la Defensa Patriótica del Puerto de Veracruz. Era perfecta la ocasión porque estaba en territorio veracruzano y con las Fuerzas Armadas. Pero no. Repitió todo el discurso cliché que usa en sus mítines públicos, con el ampliamente explotado “me canso ganso”. Una línea a la tragedia: “Duele mucho enterarse y tener noticias como estos asesinatos viles de Minatitlán”.
AMLO lleva cuatro meses y 21 días al frente del Gobierno federal. Aunque quisiera, no va a dar resultados en seguridad tan pronto. Estoy seguro que muchos lo entenderían si acepta que no podrá pacificar al país sólo porque ya llegó a la Presidencia. Pero se ha metido por su propio pie a un callejón sin salida. Le discute a Ramos que tiene sus “propias cifras” cuando todos tenemos las cifras de él, de López Obrador, y dicen lo contrario de lo que él defiende. Habla de “conservadores” y “fifís” y “momias” y “sepulcros blanqueados” y habla de monstruos cuando enfrenta molinos de viento para justificar que está “bajo un ataque”; para no explicar que, simplemente, se equivocó al fijarse plazos. Pero estoy seguro que nadie le reclamaría si acepta que se equivocó al fijarse plazos. Nadie. Y creo que sería lo mejor.
El Presidente califica a toda la prensa de corrupta. Toda, sin excepción. Y luego, después de generalizar una y otra vez, dice que no todos; que algunos periodistas se salvan. Le dice a los reporteros que si se portan mal verán lo que les pasa, pero a la vez tiene un consejo de empresarios de medios que son de lo más fifí: los fifís de los fifís –utilizando sus propia jerga–, para ser correctos. Y todos los demás son, en pocas palabras, sus enemigos. Por supuesto que entre los periodistas existe una sensación de que va a ser un sexenio difícil; que serán seis años de constante golpeteo y desacreditación; un periodo en el que todos son (somos) chayoteros salvo aquellos que el jefe supremo diga que no.
Y ya no le sigo para no “ganarme” una buena tunda en redes, como las que sabe el Presidente que existen para los periodistas y que, dice, no vienen de él sino de “la gente”.
Sólo diré que no termino de entender por qué tanta virulencia. Qué gana AMLO, qué busca. De verdad lo quiero entender, y si quieren hasta darle la razón si la tiene. Pero no puedo. Y no entiendo.
También quiero preguntarme, en voz alta, si no existe gente cerca de él que le diga cómo se ve desde afuera del círculo que lo rodea; cómo se leen sus discursos, los mensajes que manda en las mañaneras, los ataques, su jerga del siglo XIX como contexto para gobernar a golpes. Me pregunto, en voz alta, si ha dejado de escuchar. Porque si es así, si ya no escucha, entonces no necesitaba dejar Los Pinos: se trajo el embrujo de Los Pinos con él a Palacio Nacional.
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