No debe pasar desapercibido para nadie que en las últimas pocas semanas el Gobierno federal ha hecho algunas anotaciones. Primero, y muy importante, la aceptación de los padres de los 43 normalistas desaparecidos de desmontar el campamento de Los Pinos a cambio de la promesa de recomenzar la investigación hecha con las patas por Jesús Murillo Karam. Luego, la aplicación del examen a los maestros en el sur-sureste del país, que si bien pudiera no ofrecer resultados puntuales (aquí y ahora) para un sistema educativo hecho pedazos, sí da pinceladas de gobernabilidad. En el ámbito económico, por primera vez los analistas del sector privado corrigieron a la alza las expectativas de crecimiento mientras el dólar cotiza por debajo de los 17 pesos, aunque ha costado miles de millones estabilizar en tipo de cambio.
Apenas unos meses después de un arranque de relumbrón –con los favores de PAN y PRD–, la administración Peña Nieto se acomodó sobre una barra de mantequilla por la ladera del Popocatépetl. Una cadena de excesos descarados dieron al traste la imagen del Presidente y la del Gabinete en general. Y ahora hay señales débiles, apenas menores, de que algo se mueve. El mismo Enrique Peña Nieto ha mejorado sus calificaciones en la última encuesta de Reforma, al tiempo que su precandidato más claro, Miguel Ángel Osorio Chong, ganó puntos en la encuesta de preferencias presidenciales.
Pero nadie se vaya con la finta. Los 43 estudiantes siguen desaparecidos, como siguen desaparecidos otros 26 mil mexicanos más (aproximadamente), producto de una guerra sin sentido. La economía sigue deprimida también, y sobre todo está muy lejos de enfilarse hacia el crecimiento que se prometió con las reformas. Lo de los maestros no es sino golpes de efecto a favor de otro precandidato, Aurelio Nuño, porque la educación es un agujero negro en este país en tanto que el mayor sindicato de México, el SNTE, está en manos de un viejo hampón que no se diferencia en nada con Elba Esther Gordillo.
Magros logros de un país en guerra que sigue padeciendo secuestros, extorsión y muerte; con millones de mexicanos en pobreza extrema y otros que resbalan hacia allá, a diario; país avergonzado por la fuga de Joaquín “El Chapo” Guzmán y por los escándalos de OHL, Grupo Higa y las casas “blanca” y de Malinalco.
Magros logros que, sin embargo, podrían servir de indicador de que la caída se ha detenido.
La oferta de candidatos presidenciales podría mover la brújula y alentar un cambio pero, de entrada, hay que considerar que el PRI tiene un 36 por ciento de los votos casi seguros en la bolsa. Ese voto se llama “duro” porque difícilmente se mueve hacia otro lado. Existe, y gana elecciones. Ya lo demostró durante décadas.
Ciertamente quedan poco menos de tres años a este gobierno. Pero si ya aprendió su lección, el gobierno de Peña podría empezar a dominar el tablero y, con una infinidad de medios a su favor, un par de jugadas y enroques lo pueden poner en condiciones para pelear una segunda presidencia priista en el nuevo milenio.
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Si el PRI se acomoda otra vez en posición de ganar a pesar de tantos tropiezos, me queda claro que de ese tamaño es la mediocridad de la competencia (ya no quiero llamarle oposición, porque opositores quedan muy pocos).
Cualquier precandidato –excepto “El Bronco”, que lee El Libro Vaquero– puede decir que lee, por ejemplo. O que puede hacer las cosas mejor. “A mí no me han encontrado una ‘casa blanca’”, dirá alguno. “Yo no regalé el petróleo” o “yo no subí los impuestos en la frontera”, se defenderá uno más. Y todos tendrán razón.
En el circo de los enanos, cualquiera con tacones sobresale.
A mitad del sexenio, los escándalos de corrupción (que ahora se disfrazan como “conflicto de interés”), el desempeño mediocre de la economía, la cantidad de muertos, los dos millones de nuevos pobres y otras perlas (como los escandalosos e insensibles nombramientos de Virgilio Andrade, de Arturo Escobar, de Alfredo Castillo) hacen que muchos digan que Felipe Calderón fue “el gran Presidente de México”. Y allí se cuela, por supuesto, la ex Primera Dama Margarita Zavala.
Claro: comparado con el de Peña Nieto, el de Calderón fue un sexenio light. ¿Qué son 60 mil, 90 mil muertos en una guerra sin sentido cuando este gobierno –y es otro ejemplo– cerrará con 135 mil muertos?
En el circo de los enanos, cualquiera con tacones sobresale. Pero hay de tacones a tacones: los del PRI miden 36 por ciento de los votos, según los cálculos. Entonces cualquier otro empujoncito hacia arriba y listo: tenemos Presidente priista.
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Lo más conmovedor (sí, conmovedor) es que este gobierno se ha salido con la suya en todo. Nadie investiga las acusaciones de corrupción contra el gobierno de Eruviel Ávila, por ejemplo; y lejos de eso, Apolinar Mena ya volvió al gabinete estatal. Nadie revisa los números de OHL o de Grupo Higa, ni siquiera para taparle un ojo al macho. Se coloca a lo más feo del priismo (y eso es mucho hablar) en posiciones clave (Fidel Herrera cónsul, pfff) y a nadie le resulte una sorpresa si Rubén Moreira, César Duarte, Javier Duarte, Roberto Borge o cualquiera de esos angelitos son colocados en el gobierno federal apenas terminen su gestión. Nadie habla ya de la casa de Luis Videgaray, por ejemplo.
El sexenio empezó con un reclamo en contra de Carlos Romero Deschamps, flamante Senador del PRI. El señor se hizo chiquito. Su caso –las mansiones en el extranjero y la vida de reyes de los hijos– se volvió ojo de hormiga frente a todo lo demás que se vino en cascada.
Pero de nada sirvieron las denuncias. El Presidente ha recuperado algunos puntillos de popularidad que, aunque leves, hablan de que tocó fondo. Y del fondo sólo queda crecer.
En tres años más, como van las cosas, el voto de castigo no será castigo alguno porque la mayoría estará en otra cosa.
Y así, en este circo de los enanos, el PRI volverá a llevarse la función.
-Alejandro Páez Varela
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