Por Alejandro Páez Varela
En el corte al 30 de marzo –el último hasta hoy–, el consolidado de encuestas que hace Bloomberg indica que ya no hay garantía de que si Ricardo Anaya y José Antonio Meade suman todos sus votos, puedan derrotar a Andrés Manuel López Obrador. La medición, que promedia las ejercicios demoscópicos públicos y considera la trayectoria de las encuestadoras y la calidad de sus encuestas, indica que AMLO tiene 45.40 por ciento. Anaya tiene 26.90 y Meade 19.50 y juntos suman 46.40 por ciento.
Entre los dos tienen un punto más que el izquierdista. Están dentro del margen de error. Si pudieran trasladar con éxito todos los votos de uno hacia otro, no hay garantía de que aún así uno de ellos se lleven el triunfo.
Mi percepción es que el candidato de Morena puede subir poco más y ya –aunque a diario sorprende–, aunque sí se pueda ampliar la brecha con los otros. Me explico bien: en este momento, su distancia con el segundo lugar, Anaya, es de 18.60 puntos porcentuales; una semana antes eran 18.50 puntos y sus opositores se movieron bastante.
Pero por azares del destino, los tres candidatos que compiten contra AMLO tienen una sola cobija que se arrebatan. Por azares del destino o por un mal cálculo de Presidencia de la República. Entonces es posible que, en algún momento, la brecha de AMLO alcance niveles inéditos para una elección presidencial. Esto pasaría si el tercero y el cuarto (en este corte son Meade y Margarita) crecen y bajan al segundo. Veinte puntos es un montón; 25 o 30 puntos de diferencia es histórico. Claro, si las cosas se mantienen como hasta hoy.
Mi punto es el siguiente: si el fenómeno AMLO no sufre una merma fuera de lo que podría considerarse “normal”, entonces llegará con un gran bono democrático a la Presidencia. Y tendrá varios efectos. El primer efecto es el que todos podemos calcular: que el tabasqueño llegue con gran bono democrático, tenga un Congreso con el que pueda negociar sin mucho problema y pueda revertir muchas de las cosas que se hicieron con Enrique Peña Nieto. El segundo es que el mandato –con ese alto bono democrático– obligue a AMLO a atender puntualmente lo que le pide el electorado por mayoría abrumadora, y qué es lo que deberá convertirse en su prioridad.
Porque presiento que el voto no es homogéneo en niveles tan altos, pero el votante sí está enviando señales unificadas al candidato de Morena.
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Si AMLO gana con los números que se están anticipando, creo que hay al menos dos tipos de voto que lo benefician. Uno es el suyo, el del convencido. Otro es el de castigo, el de la gente que quedó asqueada de dos sexenios de panismo y del Gobierno Peña (impunidad, violencia y CORRUPCIÓN con mayúsculas). Y ambos votantes, creo, se unen en una sola demanda: que alguien pague por el desastre nacional. Uno o varios peces gordos. Y el desastre nacional está directamente relacionado con la corrupción.
Cualquiera coincidirá en que los peces gordos son tres. Hay otros que le compiten (sólo supongo a otros tres: Emilio Lozoya, Gerardo Ruiz Esparza y Carlos Romero Deschamps). Pero gordos-gordos, lo que se dice gordos, son tres. Los (para entonces) ex presidentes Enrique Peña Nieto, Felipe Calderón Hinojosa y Vicente Fox Quesada.
La gente ya se compró que el izquierdista les quitará las pensiones. Y AMLO lo hará. Sin embargo, no será suficiente ni tampoco sorpresivo. La gente le exigirá más.
Irse contra estos tres, sin embargo, abriría un frente demasiado amplio. Entonces, la nueva administración tendrá que concentrarse en uno. Y ése uno, sin pensárselo dos veces (e incluso por ser prácticos: las cajas con toda la chapucería todavía olerán a cinta canela) será Enrique Peña Nieto.
Si López Obrador gana con los márgenes que estamos viendo, pues, no tendrá bono político: tendrá una gran obligación.
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Pero si gana con esos márgenes, Andrés Manuel tendrá que concentrarse en pocas cosas para irlas administrando y poder cumplir; para mantener el bono democrático y para prepararse de cara a los referendos bianuales que él mismo ha ofrecido. La lista de prioridades parece clara, al menos al día de hoy.
La violencia. Diría que es vital. Tiene que mostrar resultados pronto y, honestamente, no se cómo se logrará. Esta carnicería no puede continuar. La gente más pobre sufre horrores, y véalo en las cifras. Los homicidios deben bajar, y pronto.
La impunidad y la corrupción. Lo meto en un mismo paquete. Será una demanda durísima para López Obrador, quien ha basado su campaña en ello. Y allí está, pues, lo del pez gordo. No bastará con un “quinazo” o un “gordillazo” para maquillar. No le perdonará, la gente, un atole con el dedo. Necesita un pez gordo y yo sólo veo a uno que pueda saciar la sed.
La desigualdad y la pobreza. Los seis años de López Obrador no lo resolverán, no nos hagamos locos. Pero debe poner al país en rieles para alcanzarlo en una meta realista (20, 30 años). Sólo eso: ponerlo sobre rieles. No con dádivas sino con empleo; con responsabilidad social, preparación, oportunidades y mucha solidaridad, sí, pero con un modelo económico que responda a las necesidades de un país como este, no el que se nos impuso desde Miguel de la Madrid y que es básicamente capitalismo salvaje: un puñado de ricos y una mayoría sin oportunidades.
Recuperar la industria nacional. Pemex, para empezar. Es estratégico, es un asunto de seguridad nacional, que el sector energético y el alimentario estén en manos de los mexicanos. Y conste que no hablo de estatizar: digo que se produzca en México lo que los mexicanos consumen. Al menos eso. Hoy comemos tortillas con maíz de Estados Unidos. Por favor. Tenemos petróleo y pagamos por gasolina estadounidense. Carajo. Industria nacional: un grupo amplio –no una élite– de empresarios mexicanos poderosos (como en Estados Unidos) y un Estado poderoso, también, que dicte las reglas del juego y al que no se le doblen las corvas cuando Donald Trump levanta la voz.
AMLO no podrá con todo en seis años. Pero debe poner las bases, al menos. Tengo 50 años: quisiera ver un país sobre rieles antes de morirme. Y creo que muchos pensamos como yo.
Según las encuestas hasta hoy, López Obrador puede ganar con grandes márgenes que –al menos en un primer tramo– le permitan lograr los cambios que ha prometido. Tendrá –sugieren las encuestas– bono democrático para hacerlo. Y tendrá bono para proponer cambios a la Ley y meter a un ex Presidente a prisión. Más aún: yo creo que su administración nacerá con esa exigencia mínima de los ciudadanos.
Vicente Fox tuvo bono y tuvo dinero; pronto tiró todo por la borda; hizo del bono un cucurucho de papel. Calderón gobernó, a mi manera de ver las cosas, con una mano tapando el fuego y con otra echándole gasolina; en eso se nos (y se le) fueron seis años. Y de Peña, puf. Qué les digo. Lo seguimos padeciendo.
Andrés Manuel López Obrador podría ponerse muy lejos de ellos. Al menos es lo que ha ofrecido y el bono lo podría favorecer, si gana con esos márgenes. Y si está pensando en la Nación, como dice, se rodeará de gente responsable. Y si me apuran, pondría sobre rieles un tren lleno de semillas por sembrar para que la siguiente generación las riegue, y que la siguiente empiece a cosechar, y que coma la que le sigue. Nada mal si tarda cuatro generaciones. Piense que las nueces que usted se come hoy vienen de árboles que alguien sembró hace treinta o cuarenta años. Así es. Las nogaleras dan lo mejor a los 60 años. Es decir: alguien pensó, hace 60 años, que usted necesitaría nueces. Y es más hermoso pensar que hubo alguien que sembró nogales para que sus nietos y bisnietos vivieran de ellos.
El asunto es, creo, que se eche a andar el tren y para echar a andar el tren se necesitarán dos o tres empujones espectaculares, de gran calado, porque un país es como esas moles de hierro.
Se nos fue la vida hundidos en la oscuridad de un túnel –ni siquiera esperando un tren–, viendo cómo unos cuántos políticos y empresarios podridos se acababan la riqueza, se la repartían entre ellos. Por eso debemos quedar satisfechos si vemos andar ese tren que es México. Y al verlo andar, entender que aunque no nos toque verlo, si va encarrilado, tendrá vuelo suficiente para subir a su lomo a las siguientes generaciones.
Por lo pronto veo que AMLO es un tren que parece difícil de descarrilar. Veamos si puede sortear con inteligencia las cuatro, cinco bombas que le pondrán a las vías.
Falta que gane, pues. Y luego, falta que cumpla.
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