Por Pablo Montaño
De nuevo la sonrisa de Duarte, con sus barbas de leñador y su consecuente camisa, vuelve a los medios y a nuestras mentes. En el imaginario nacional la figura de Duarte deambula como una intermitencia de la justicia, un error en el guion donde siempre ganan los malos y donde la justicia es una añoranza o un cliché de las marchas y los cursis, en este caso la justicia (así sea la de Guatemala) pareciera haber cumplido, o eso esperamos. Sin embargo, nos sonríe.
Caminaba con la cabeza gacha, se miraba las manos y hasta se quejaba de las esposas que le apretaban las muñecas, y el gesto desconcertante, con todos sus dientes y en grotesco cinismo, nos voltea a ver y podemos estar seguros que es a nosotros. Nosotros los que sentimos gusto de verle detenido y humillado, con el orgullo abollado por los empujones que un policía le da para que avance. Nosotros que celebramos su captura y que así sea en Guatemala o en México, lo queremos ver sentenciado a varios años de cárcel. A nosotros nos sonríe, sabe que puede estar atado y en el suelo y vernos con condescendencia. Aceptó su extradición, prefiere México, prefiere ser juzgado en el país que le reclama una deuda millonaria y un estado arruinado en violencia y hasta las posibles muertes de niños y niñas por quimioterapias falsas. Viene porque quizás le deben más de lo que él debe, acá, su silencio es una moneda en circulación hasta que termine Peña su mandato.
Cómo acabamos con esa y muchas otras sonrisas que nos recuerdan la balanza rota de nuestro sistema de justicia, la ceguera de nuestras fiscalías o la debilidad de nuestras instituciones anticorrupción, ¿Cómo se derrotan los corruptos y los cínicos que se atreven a sonreírnos desde sus celdas y sus condenas? O peor aún, los que nos sonríen desde nuestras instituciones de gobierno y justicia. Y ahí está la clave, la realidad solo los alcanzará cuando no controlen sus salidas, cuando sean solo parte y los jueces sean otros, cuando no reconozcan el nombre de quien los juzga y respondan por sus crímenes a las leyes y no a personas y partidos. Lejos, utópico, ¿irreal? Quizás, pero ahí los de la sonrisa tranquila seremos nosotros.
@Pabloricardo2
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