Por Pablo Montaño*
Desde hace unos años la burla al Presidente es un gran pasatiempo nacional; una tradición que Vicente Fox reforzó incansablemente en su sexenio, ya fuera comentando de literatura, equivocando nombres o siendo él mismo más allá de lo recomendado; afortunadamente nos sigue deleitando con su vena cómica 24/7 a través de Twitter (Foto de Fox reflexionando con los grandes). En su turno, Peña Nieto nos regala los mismos dislates con su propio estilo pero con un toque que termina incomodando, un retrogusto que impide la risa suelta.
Nos reímos de la forma en la que el Presidente se queda fuera del diálogo entre Obama y Trudeau, de su oso monumental al criticar a los populistas (su discurso favorito) y ser revirado por Obama que se considera uno o de la selfie a la que no fue requerido. Tras reír por el glorioso momento frente al Parlamento de Canadá, donde ni siquiera Mr. Bean hubiera podido alcanzar ese nivel de incomodidad, termino por percatarme de que esa aparente debacle de imagen y popularidad persigue a Peña desde que figuraba como candidato a la presidencia. Nos reímos con el mismo chiste contado de mil formas: los tres libros que marcaron su vida (y vaya que la marcaron), el encerrón en el baño de la Ibero y el sinfín de cambios de capitales, estados y líderes globales. El Presidente se equivoca (mucho), nosotros nos reímos y la prensa mexicana nos dice que todo salió bien: Obama y Peña atacaron el populismo, la gira presidencial fue todo un éxito e incluso el árbol que se plantó con increíble destreza ya está dando frutos, a pesar de ser un roble. Con una prensa de corte norcoreano es difícil construir un relato que nos permita pasar a un diálogo más elevado.
Nos empeñamos en vaticinar una renuncia que no llegará, los amarillistas hablan de enfermedades y las encuestas de aceptación y popularidad lo ponen muy por debajo de cualquiera de sus antecesores, sin embargo, sigue y todo indica que seguirá ahí. Más allá de los hechos ridículos, este hombre debilitado de imagen ha sobrevivido brutales escándalos de corrupción como la “Casa Blanca”, las protestas por los 43, ejecuciones en Tlatlaya, autodefensas, Reformas (todas) y la corrupción de su partido y sus dirigentes.
El humor y la burla son sin duda una muestra de disenso, pero nos falta llevar la discusión a otros espacios y a otros términos, la transformación política de un país no (sólo) se alcanza con memes y gifs, se necesita emplear el humor para detonar algo más. Ese siguiente paso sigue sin darse (o sin visibilizarse) y lo necesitamos para que el peso de los errores de Estado (no las pifias) tengan consecuencias para sus responsables.
Twitter: @pabloricardo2
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