Por Manuel Tenedor
Es normal ignorar de temas que no forman parte de nuestra rutina de conocimiento y justamente esto es lo que delimita nuestra precisión en la opinión que podamos generar respecto a un tema determinado. Hablar por hablar bajo el manto protector de la “libertad de hacerlo” sin realmente tener ideas sólidas que nos respalden, resulta una actitud muy tóxica para el convivio social.
Entablar un diálogo con familiares, amigos y desconocidos acerca de temas polémicos como son los relacionados a política y sus vertientes, requieren de una sincera voluntad de las partes involucradas para profundizar en el pensamiento y la crítica. Es fundamental ir más allá del meme y el culto a la ignorancia, de lo contrario es perder el tiempo.
Mucho del debate público de nuestro país está sucediendo en redes sociales y por supuesto que a comparación con décadas anteriores, hemos avanzado en este rubro. La inmediatez de las redes nos han facilitado el acceso a la información y de igual manera a la desinformación.
Aproximadamente hay 70 millones de usuarios de internet en México pero esto no ha resultado ser la solución para erradicar la ignorancia en el país ni la será, ya que incluso esta ignorancia colectiva es alimentada por personas con grado académico con intenciones de perpetuar esta condición de dominación.
Desafortunadamente no todo lo que deambula en las redes es confiable y muchas veces el origen es desconocido por el envalentonamiento que otorga el anonimato de pantalla y sus señuelos de libertad. Es necesario un criterio de responsabilidad ante lo que compartimos en las plataformas en las que interactuamos y por las que nos comunicamos. El ciber consumo de los perfiles de usuarios en redes sociales está influenciado por algoritmos que alimentan el timeline con temas de interés muy específicos.
En el horizonte cercano están las elecciones presidenciales y nos jugamos mucho en ellas y sea cual sea la postura política personal al respecto, no podemos permitirnos denostar y desprestigiar mediante reduccionismos, nimiedades y verdades a medias, esas son prácticas muy tóxicas para el bienestar social sea cual sea la ideología de nuestra preferencia.
En muchos aspectos, la “verdad” como tal ya quedó rebasada por el clickbait (“ciberanzuelo”), la viralización de contenido y el alcance y control mediático de las conglomerados mercantilistas de noticias. Por otro lado siempre encontraremos material para contrastar este spam desinformativo con la intención de ganarle terreno a la ignorancia, lo que históricamente ha sido la base de operación de la doctrina dominante del pensamiento y que no va a cambiar por completo con un simple ejercicio electoral.
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