Por: Fernando Ortiz C.
Venezuela está viviendo uno de los momentos más álgidos y difíciles de los
últimos tiempos. Un país azotado por la pobreza, la crisis económica y la rapiña
política; una economía completamente estancada, un gobierno sin respaldo
alguno por gran parte de su pueblo y los constantes señalamientos hacia la falta
de habilidad política de Nicolás Maduro, añadiendo un afán de mantener el poder
a cualquier costo.
Frente a este escenario, la desesperación de los venezolanos llega un punto
donde cualquier resquicio de esperanza es válido para aferrase a un cambio, o al
menos a una posibilidad, de dar un giro al sombrío rumbo que tiene el país
sudamericano.
No hubo que esperar mucho para que algunos gobiernos aprovecharan el cadáver
político en el que se ha convertido Venezuela y se lanzaron al apoyo de Juan
Guaidó, esto bajo el sustento que el artículo 233 de la constitución ordena que el
presidente de la Asamblea Nacional (parlamento) asuma cómo presidente
encargado o interino mientras se restablezca el orden democrático y se
convoquen nuevas elecciones libres.
Este entrometimiento internacional no dejó mucho margen de acción hacia la
comunidad internacional de analizar o generar alguna solución pertinente frente a
la crisis. Países como EE.UU. y Brasil se lanzaron inmediatamente a reconocer al
nuevo presidente. A su vez Rusia y China siguieron con el apoyo al gobierno de
Maduro.
Los venezolanos salieron a las calles, algunos gritando su apoyo al nuevo
gobierno mientras otros se quejaban en detrimento de la situación. Cuerpos
militares divididos en dos bandos y la ingenuidad aparente de que las acciones de
aquellos que apoyan al “nuevo gobierno” venezolano lo hace por un espíritu de
afinidad y empatía con ellos: le han vendido el alma al diablo.
La justificación de la democracia ha sido siempre una buena manera de
inmiscuirse en los asuntos internos de las naciones, y algunos han caído en esta
ingenuidad de ayuda que han destruido a sus pueblos, casos como Irak o Siria
pueden ser los ejemplos más recientes de esto.
Así es como se le vende el alma al diablo, esperando que alinearse a los intereses
de gobiernos que ven dinero y dólares a su favor, no personas y vidas en
necesidad, es la solución a la problemática que viven.
En el caso de Venezuela, el nuevo paladín de la justicia y democracia Juan
Guaidó, es un tipo con un arraigo socialista, de las decenas de vertientes que
existen; pertenece al VP (Voluntad Popular) siendo su espectro político Centro
Izquierda, afiliado a la Internacional Socialista, organización que reúne a los
partidos socialistas y laboristas del mundo. Guaidó es anti chavista y eso hay que
recalcar para dar un contexto al sesgo político frente al gobierno y sentido
socialista del que habla Maduro. Entre socialistas se están arrebatando el poder.
La lucha política al interior de Venezuela parece ser más una lucha de poder entre
socialistas chavistas (Maduro) vs socialistas “demócratas” (Guaidó) teniendo a los
socialistas de algunos grupos venezolanos y países del mundo neutrales (caso de
México y Uruguay).
La situación de Venezuela es crítica, y es un buen momento para dar valor a la
autodeterminación de los pueblos. El pueblo venezolano no merece el gobierno ni
la situación tan caótica por la que está pasado, ni tampoco merece vender el alma
al diablo dada la precariedad y desesperación en la que están y dejar que algunos
gobiernos marquen las pautas políticas dentro de país.
En este sentido México ha optado por una política diplomática, una acción más de
diálogo que una confrontación o decantación hacia alguno de las posturas de
poder que están en pugna por la presidencia de la nación sudamericana.
México ha sido cauteloso, buscando no alterar las relaciones exteriores con
ninguno de los grandes involucrados en este conflicto, eso ha generado algunas
críticas, pero al final ha dado estabilidad a las relaciones, frente a esto el gobierno
de México no se ha quedado ajeno, sino que lanzó la propuesta de una vía de
diálogo y negociación, la cual fue vista con buenos ojos por Nicolás Maduro.
La incertidumbre de las consecuencias que puede generar el conflicto Venezuela
permea a la región; los riesgos son altos, vender el alma al diablo parece es un
hecho, pero al final la última palabra la tiene usted estimado lector.
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