El Secretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos Zepeda, ofreció disculpas luego del vídeo en donde dos elementos del Ejercito torturan a una mujer que hoy esta detenida. En un acto se congregaron a más de 26 mil elementos en el Campo Militar No. 1. Foto: Cuartoscuro
Por: Alejandro Páez Varela*
No es torturita. No son desapareciditos. No es un evento en un pueblito, Ajuchitlán del Progreso, Guerrero, donde militares torturadores victimizaron a una mujer que hoy está presa. No es Iguala, no es Tlatlaya, no es Apatzingán, no es Ostula.
No es torturita cometida por un puñadito de agentes de las Fuerzas Armadas que operan por su cuenta y a los que, a veces, se les pasa la mano. No son los policías de Iguala, algunos militares que anduvieron por allí, algunos elementos de la Policía Federal que preguntaron algo.
Déjense de eufemismos, hombre: es mucho más.
Lo dicen los informes de al menos tres relatores de las Naciones Unidas (ONU). Lo dicen los reportes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y, es más, para no ir tan lejos, lo dijo el Departamento de Estado (DoS) norteamericano la semana pasada en un informe que hace ver a las fuerzas federales y a las policías mexicanas como otra organización criminal más disputando plazas, torturando, asesinando.
No le aplaudo al Secretario de la Defensa Nacional, al General Salvador Cienfuegos Zepeda, por aceptar la legitimidad de ese video; faltaba más, hombre, ¡los eventos sucedieron hace más de un año! No, tampoco le aplaudo por ofrecer disculpas.
Le aplaudo de pie al Secretario, lo juro, si hurga en donde hurgó hace unos días y nos dice cuántos videos más hay; cuántos mexicanos más han muerto o están presos –como esa mujer torturada– en acciones ilegales de militares.
Le aplaudo al General si, en un acto de transparencia y rendición de cuentas, anuncia que se abren sus archivos, de cara a la opinión pública. Me permito decirle, siempre con mucho respeto por su investidura, que si le hubiera permitido al GIEI entrevistar a los militares que estuvieron la noche de Iguala, por decir, quizás sabríamos desde hace mucho tiempo que policías federales y otra corporación policiaca local (de Huitzuco) participaron en la desaparición de los 43, como hasta ahora conocemos por la misma Comisión Nacional de Derechos Humanos.
No es un video por el que hay que ofrecer disculpas. De hecho, las disculpas sirven poco para una mayoría, fuera de lo que podría significar en lo particular para la mujer que sigue presa.
No es torturita, desapareciditos, asesinaditos. Es más grave y más extendido de lo que se reconoce. Son fuerzas del Estado mexicano que conspiraron, secuestraron a un grupo de ciudadanos –todos estudiantes– y los desaparecieron. Que si se los dieron al crimen organizado, que si se los llevaron al basurero de Cocula y no se qué, sí, sí, esos son detalles de una investigación (que, por cierto, nadie cree). Sí, urge la investigación y llegar a la verdad. Pero urge, primero, que el Gobierno de México, apoyado en periodistas paleros, deje de hacer daño con verdades a medias.
Le aplaudo al Gobierno de México cuando renuncie a mantener un discurso falso con periodistas caradura y “defensores de derechos humanos” de pésima reputación (léase aquí, entre otros, a Isabel Miranda de Wallace) y acepte la crisis de derechos humanos que se vive.
Y le aplaudo de pie, lo juro, cuando empiece a hacer algo.
No sólo maquillar y ser cómplice de criminales, al menos por omisión, en estos 9 años de angustiante noche oscura.
No es un video. No son casos aislados. Deberían reconocerlo.
***
Inicia especie de paréntesis largo, especie de paréntesis-o-reflexión-que-iba-a-dejar-en-el-tintero:
(Me pregunto a veces qué mueve a un activista mexicano a defender a los otros; a poner su vida en riesgo y a levantar la mano en un país donde los matan y con un pueblo –el mexicano– que prefiere agachar la vista o desviarla a otro lado, conformarse y, sobre todo, cooperar en el estado de las cosas: Enrique Peña Nieto tiene los niveles más bajos de popularidad de cualquier Presidente de México, pero les recuerdo que llegó al poder por esos que lo vieron guapo o carismático o eficiente, o se tragaron cualquiera la sarta de mentiras que vendió el PRI en campaña.
Muchas veces me pregunto qué mueve a los ciudadanos que votan distinto, frente a un Gobierno que hace todo para mover al México de los que se agachan y cooperan: mueve a Grupo Higa y a OHL con lo mismo que mueve a diputados y senadores, acarreados y politiquillos: con carretadas de dinero. Mueve a partidos políticos y a “activistas” oficiales; mueve a periodistas que rinden pleitesía y cierran los ojos cuando se requiere.
Me pregunto qué podría mover a un periodista joven a ser honesto, también, cuando los casos “de éxito” son los de aquellos que saben sobrevivir en el fango (manchados de fango, por supuesto).
El reto de los periodistas que acompañan al poder es no mostrar vergüenza en el día a día. Pero su verdadero logro es poder presumirlo, sin vergüenza, como una proeza. Y decirlo abiertamente: sí, comparto una misma silla con los poderosos y no me caigo, y jodidos todos los demás. Y luego formar escuela: enseñar a las nuevas generaciones que no es ninguna vergüenza ser la voz de los gobiernos en turno, aceptar su papel de cómplices. Hacerlo ver como normal, incluso aspiracional.
Y entre ellos, periodistas del poder, los verdaderos maestros son quienes se sientan en varias mesas a la vez, y las trascienden porque están más allá de trienios y sexenios. No se despluman en lo absoluto cuando hay un cambio de turno, sino todo lo contrario: maestro es el que escupe al político que va de salida y se sienta con el que acaba de ser ungido.
Me pregunto: con tanta podredumbre entre periodistas, ¿por qué un joven optaría por ser honesto y trabajar para la verdad, si sus “ejemplos de éxito” son esos personajes que pueden navegar entre lo más podrido de lo podrido y mantenerse, no importa qué tan sucios se vean, en la palestra?).
Termina mi especie de paréntesis-o-reflexión-que-iba-a-dejar-en-el-tintero.
*Twitter: @paezvarela
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