Por Alejandro Páez Varela
Morena tiene que comprender algo muy importante, antes de destapar una segunda cerveza: que no todos los que le dieron su voto son sus simpatizantes. Que sí, que hay muchos fieles seguidores –y cada vez son más–, pero ésos por sí solos no fueron suficientes para impedir el fraude en 2006. Que sí, que hay muchos convencidos, desde 1988, en que la izquierda es una opción real, pero una parte importante de los que votaron por Andrés Manuel López Obrador estaban simplemente hasta la madre de PRI, de PAN y de PRD, y vieron en Morena la posibilidad de un cambio.
Morena debe entenderlo, sugiero, ahora mismo. Le traerá más ganancias que pérdidas. Nadie en Morena –mujeres y hombres que ganaron la elección– debe asumirse Primera Dama, que ni Beatriz Gutiérrez Müller se siente tal. Deben actuar con humildad ante la victoria y ser inteligentes con el generoso bono democrático que tienen en la mano.
Lo digo porque más pronto de lo que creen –ha pasado una semana del triunfo– deberán rendirle cuentas a los ciudadanos. A todos: a los que son seguidores de Morena y a los que no lo son. Los primeros tendrán más tolerancia pero los segundos, no. No aceptarán demoras. No permitirán arrogancia o descuidos.
Y ojo: nadie habla de las “grandes transformaciones”; ésas, si llegan, serán de largo o mediano plazos. Me refiero al “cambio verdadero” del que hablaba AMLO: el que empieza –así se entendió– con los que ganaron; con su actitud de diario; con mostrar rectitud desde el principio. No necesitan ser Carlos Romero Deschamps para generar desencanto: pueden ser un Carlos Castañeda, a quien no se le conocen corruptelas pero que, para su propia desgracia, no sabe voltear hacia abajo.
De una letra de muchos conocida –y puesta de moda otra vez–: la gente que los odia y que les quiere no les va a perdonar que se distraigan.
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He escuchado y palpado (ambos son parte de mi oficio) preocupación porque, en apenas unos días, López Obrador ha calificado de demócrata dos veces a Enrique Peña Nieto. Y no, ese hombre no es ningún demócrata. Sí intervino en las elecciones.
Primero, para generar un “sí se puede” en 2017 desde el Estado de México, imponer a Alfredo del Mazo y arrebatar el triunfo a Defina Gómez. Y segundo, porque se usaron las instituciones para hundir a Ricardo Anaya Cortés. A mí el muchacho no me genera ninguna simpatía, ninguna. Lo dije antes, durante y ahora, después de la elección; sobre todo por oscuro, por poco transparente. Pero de que fue víctima de Peña, lo fue.
Peña Nieto es el mismo de los 43 estudiantes desaparecidos; el de la “casa blanca”, el que dejó sin trabajo a Carmen Aristegui, el que protegió a Javier Duarte, César Duarte, Roberto Borge, Tomás Yarrington, Eugenio Hernández, Emilio Lozoya y muchos más. No es ningún demócrata porque es el causante de que la pobreza creciera (aunque diga lo contrario); de que OHL, Grupo Higa y otras empresas favoritas, en el mismo tiempo, se enriquecieran más. No, Peña no es ningún demócrata aunque lo diga AMLO.
Y a eso me refiero: a que los que votaron por un cambio y no son parte de Morena, no son sus incondicionales, esperarán a que les cumpla al menos en eso en lo que se requiere voluntad política y no hay necesidad de grandes planes de largo plazo. Querrán que los que la hicieron, la paguen.
Espero no aguadarles la fiesta, pero es como es.
Ahora, que si quieren, pueden abrirse la segunda cerveza y seguir celebrando.
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No hay que acelerarse, lo sé. Pero hay cosas que no podrán ser obviadas.
Conté, hace unas tres semanas, sobre cómo algunos dueños de grandes medios beneficiados por la montaña de 60 mil millones de pesos de publicidad oficial se quejaban, entre sí, de la voracidad de uno o dos altos funcionarios de Comunicación Social de Presidencia de la República. Dos fuentes que me pidieron total anonimato me dijeron que “no perdonaron su 10 por ciento” durante todo el sexenio. A cada pauta que soltaban, me dijeron, pedían –o siguen pidiendo– moche. Una de mis fuentes fue testigo de una conversación entre dos dueños que se quejaban. Nunca lo denunciarán, porque para esos actos de presunta corrupción se necesita más de uno. Pero su comentario fue: “Me tiene hasta la chingada este cabrón”. Me dieron nombres. No los voy a soltar porque no tengo datos confirmados.
A partir de este texto, dos personas más me contactaron. Las dos me dijeron esto: no era 10 por ciento, era hasta 30 por ciento lo que pedían a cambio de cada contrato. Y no sólo fueron cobros a los grandes medios: fue también a las agencias de publicidad. Insisto: eso me dijeron. Una de las fuentes me señaló a Alejandra Lagunes. Toda la compra, me dijo, se le asignó a una sola empresa: Cinco M Dos, dedicada a ventas en anuncios exteriores en el pasado. Y luego, me dijeron, “de manera milagrosa” brincó a hacer compra de publicidad digital. Y luego, empezó a proveer internet a la Ciudad de México. Y luego, aliada a una empresa que trabajó con Cambridge Analytica, empezó a recabar datos. Y luego, esa empresa compró Grupo Expansión. Eso es lo que me dijeron, resumido.
Otra persona me alertó de esto: funcionarios de Comunicación Social de Presidencia hicieron negocios personales hasta con las síntesis informativas, esos mamotretos que se distribuyen por todas las oficinas públicas. Me dijo que concentraron en una o dos empresas esos contratos.
“Hay mucho que no se ha dicho, ¿pero te imaginas la comisión por la compra [de publicidad] digital durante el gobierno de Peña Nieto?”, me dijo una nueva fuente. Insistió en que varios medios fueron hechos a un lado durante el reparto de publicidad oficial porque simplemente no iban a dejarse extorsionar.
Pregunta: ¿Está en los planes del nuevo Gobierno iniciar una investigación? No es un tema menor: son 60 mil millones de pesos gastados, en nuestras narices, por la decisión de un puñado de funcionarios.
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En su primera semana, los mercados cambiario y bursátil han aplaudido al virtual Presidente electo. Y todos hemos suspirado, aliviados, que así sea. Andrés Manuel López Obrador no pudo tener mejor recibimiento. Había temor de que su llegada pudiera sacudir la economía y él mismo refleja, en muy pocas palabras, su temor a una crisis transexenal; recibir un gobierno pegado con alfileres.
Barrera superada, y con mucho. Todo bien en ese frente.
Para muchos, incluso dentro del mismo mercado, esa era una señal de confianza que tenía que trabajarse luego luego y con ahínco. Le resultó bastante bien, digamos, a López Obrador, porque la reacción fue positiva la misma noche de las elecciones.
Pero debo decir, aguafiestas que soy, que para mí no es una señal que decida nada. Los mercados no tienen saciedad: vienen aplaudiéndole a los últimos tres presidentes mexicanos sin ruborizarse. Cuando acabaron con las pensiones, los mercados le aplaudieron al Presidente en turno; cuando hundieron Pemex para entregar la industria energética nacional a los extranjeros, aplaudieron. Y los presidentes bailaron al son de sus aplausos.
Que aplaudan los mercados está bien, pero no es suficiente. No para la gente. El verdadero aplauso está por verse, como ya dije, cuando empiece la transformación. Y aguas con confiarse, Morena. Aguas, que tres años no son nada y en tres años viene la primera gran evaluación.
Nadie se sienta Primera Dama que ni Beatriz Gutiérrez se atreve a semejante título. Muchos esperan un cambio profundo: no destapen la segunda cerveza ni el champán, que viene la parte complicada: cumplir.
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