Por Pablo Montaño
Las alarmas del deporte en México se han disparado ante la estéril cosecha de medallas. Usualmente, los clavados, el tiro con arco y alguna otra disciplina de la que sabemos virtualmente nada, nos hacen sonreír con inverosímiles logros de héroes y principalmente heroínas en los primeros días de la justa olímpica. Después, llega el atletismo, la marcha, se gana alguna medalla, nos descalifican, en el caso del fulbol que ya fue eliminado. Al final, seguramente llegará alguna medalla (los milagros no nos han fallado cada 4 años), pero, de cualquier forma cabe la pregunta, ¿de quién es culpa?
La respuesta tonta:
Los deportistas! ¡Son huevones y les falta mentalidad ganadora, mira a los coreanos!
Y no, el cuadro completo nos pinta una situación más complicada. Primero, la CONADE está en manos de un sujeto que si bien no conoce a fondo el deporte (salvo el pádel, según nos informaron en su nombramiento, es un virtuoso de la raqueta pequeña), sí conoce, y muy bien, la sensación de no cumplir objetivos; fracasó como procurador en el Estado de México y después como comisionado en Michoacán. Un clavo saca otro clavo, un funcionario sin logros se los dará a una dependencia carente de ellos; con la lógica del doble negativo da positivo terminamos con Alfredo Castillo dirigiendo el deporte nacional. Desde este primer mal presagio se desdobla una dantesca burocracia.
Para ilustrarlo mejor:
Se trata de un reflejo distorsionado y cruel del resto de la burocracia nacional.
Los casos de corrupción, los desvíos de presupuesto, los apoyos que se quedan en alguna dependencia y la improvisación irresponsable, operan en su máxima expresión. Esos deportistas que vemos escasos 15 minutos en pantalla y que no nos han dado el gusto de una medalla (como si nos las debieran), tienen por lo menos 4 años en este infierno. Estamos hablando de un híbrido entre sacar la FIEL en el SAT combinado con secretaria encabronada a la hora de desayuno. Entre competencia y competencia deben lidiar con burócratas que no corren los 400 metros planos ni por salvar su vida, con federaciones de deporte que son tan corruptas y poco relevantes que sus dirigentes sobreviven los cambios de partido y de administraciones, deportes que solo importan si a caso cada 4 años.
Los ejemplos son muchos, pero, vale la pena mencionar algunos: Fernanda González, nadadora que fue llevada a un cuarto y amenazada con no competir por no usar el traje de baño que se le entregó (igual a Paola Espinoza), mismo que no le quedaba. O Úrsula González que el día que empezaba a competir en esgrima en los Panamericanos le informaron que no estaba inscrita. O Edgardo Hernández, presidente de la Federación Mexicana de Ciclismo, exhibido por Proceso en 2013 por desaparecer 1.5 millones de pesos destinados para bicicletas que nunca existieron.
Casos que rara vez ven la luz pública, los deportistas tienen mucho que perder denunciando en un país que se destaca por su impunidad. Cerrar la boca, sortear obstáculos y esperar que a pesar de todo logres una medalla, termina siendo la única opción. El frágil objetivo de reducir milésimas, mejorar giros en 10 metros de caída al agua o la perfección de una rutina de gimnasia, se enfrenta a un aparato egoísta, roto, miserable y sobretodo, siempre impune.
De ahí que no nos deben nada, así que: Queridas y queridos atletas, gracias por representarnos a pesar de nosotros mismos y de nuestro dolorosamente corrupto gobierno.
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