Por Alejandro Páez Varela
Tengo muchos recuerdos de cuando Javier Duarte de Ochoa era gordo. Por ejemplo, cuando en medio de una severa crisis de seguridad en Veracruz fue amablemente entrevistado por un medio de la capital del país e hizo una tremenda revelación: que Veracruz sería el próximo Houston. (Por la Reforma Energética, claro). Iba de sombrero. Aparecía en una foto con una pelota de beisbol en una mano y con tremenda sonrisa que marcaba dos hoyuelos en sus chapetitos rosados.
Recuerdo además cuando anunció que Enrique Peña Nieto le ofreció un puesto en el Gobierno federal: “Se los digo puntualmente: yo recibí ya una invitación por parte del Presidente electo Enrique Peña Nieto para participar en su administración. Solamente que la invitación es para enero de 2017. A partir de ese día estaré yo integrado al Gobierno federal. Hasta ahora tendré que desarrollar con una gran emoción y un gran orgullo el cargo que tengo y que trato de honrar todos los días”.
Tantos recuerdos. También cuando le dijo a los reporteros que no anduvieran en malos pasos. Si el recuento de propiedades es cierta y la Procuraduría General de la República lo confirma –algo que dudo–, aquel llamado de atención a los periodistas coincide con los tiempos en los que él andaba comprándose mansiones en Estados Unidos con dinero de no se dónde.
O con el mismo dinero que aceita toda la maquinaria: dinero que compra elecciones y que da ascensos al Gobierno federal. Dinero que permite entrevistas a modo, con sombrerito y pelotita de beisbol. Dinero que compra el silencio de los medios, también: busque en los archivos y verá: si el país se informara por la televisión y por la prensa “tradicional”, en Veracruz nunca hubo asesinatos de periodistas, ni desaparecidos, ni violencia, ni nada.
Dinero que, al final, compra sólo carnaval, luz y color. Porque si no hubo todo eso, como sostuvo seis años tanta prensa –ya sea con su silencio o con su abierto apoyo al Gobernador veracruzano–, entonces, ¿por qué Duarte pierde kilos? ¿De verdad, como le dijo a la reportera Sandra Rodríguez, es porque sigue una dieta del IMSS, o es porque los huracanes que sembró le pisan el rabo y ahora ese hombre rabioso, que callaba a los periodistas y les gritoneaba, ahora sí se hace el chistosito?
No dudo que, en su profunda insensibilidad y torpeza, la administración Peña Nieto le sostenga la oferta. No lo dudo, de verdad, aunque no ignoro que lo traen bien aporreado. Tampoco dudo, porque uno ya no da crédito, que se traigan al Gobierno federal a César Duarte, a Roberto Borge, a Pol Pot y a Saddam Hussein (si éstos últimos dos vivieran).
Qué más da, chingao –dirán–: ya se fue todo a la fregada, al menos que roben un ratito, que jodan un ratito, que destruyan un ratito que en medio de tanta jodedera, robadera y destrucción, ya ni se notará.
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Duarte le dio dinero a raudales a la prensa “tradicional” y a otra más nueva que se ha sumado al cobro de millones “por publicidad”. Todavía les debe, como sabemos, porque allí están los listados de los pasivos que deja Comunicación Social. Esa prensa le hizo el favor (y quien tenga duda, vaya a los archivos en la web) de no hablar de periodistas asesinados o de personas desaparecidas en todo un sexenio; de secuestros o de corrupción. Le hizo el favor de no mencionar, ni por equivocación, a un personaje que se ponía todas las anteriores perlas (asesinatos, secuestros, corrupción, desaparecidos) en un collar: Arturo Bermúdez.
Ahora, con el ex gordo en desgracia, esa prensa ha empezado a publicar algunas cosas. No mucho, porque tiene la esperanza de que Duarte rasque el sudor de los veracruzanos para pagarles. Un sexenio le hicieron el paro a un gobierno salpicado de muertos; hicieron un largo silencio mientras Veracruz se hundía en la impunidad. Prensa que no tuvo empacho en ocultar incluso los escandalosos asesinatos de periodistas, sus supuestos colegas: ni una línea de Regina Martínez, por ejemplo. O de Goyo. O de Moy.
Ahora, como les debe y ya se va, empiezan a salpicar sus ediciones con “piezas de investigación” que intentan compensar un silencio irresponsable, un silencio cómplice. Porque es un silencio cómplice, no lo digo por chairo: si en su momento Duarte siente que la prensa en su conjunto está haciendo su trabajo; si Duarte siente algo de crítica de la tele o de la prensa “tradicional”, habría escuchado a las madres de desaparecidos y a las familias de los periodistas asesinados; le habría bajado a las raterías y habría puesto orden en su gabinete; o se la habría pensado para endeudar más a Veracruz.
Pero como esa prensa no hizo presión y dejó en apenas unos cuantos medios la denuncia, entonces Duarte se siguió. Por eso hablo de complicidad. No hablo de “silencio cómplice” por chairo: es lo que es.
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Es lo que es: la FEADLE, esa institución en manos de un burócrata (deliberadamente) de quinta (para que no hiciera nada), estuvo omitiendo durante años las condiciones de la prensa en Veracruz y el resultado es el que sabemos: esa región es una de las más peligrosas ¡del mundo! para ejercer el periodismo.
Es lo que es: sin fiscalización, sin atender las recomendaciones de la Auditoría Superior de la Federación, los diputados del PRI veracruzanos le autorizaron a Duarte más deuda y lo mismo hizo la Secretaría de Hacienda. Ahora el estado tiene empeñados hasta los arcos del Puerto de Veracruz.
Es lo que es: se trataron de ocultar a los desaparecidos, y ahora, para vergüenza del Gobierno federal (sobre todo), padres y madres de todo el país encabezan brigadas ciudadanas para ayudar a las familias dolientes del estado gobernado por Duarte a encontrar aunque sea un huesito.
Es lo que es: muchas, infinidad de señales fueron enviadas al Gobierno federal para que investigara a Arturo Bermúdez. Se le señaló como cómplice de los narcotraficantes; se dijo que se estaba volviendo inmensamente rico; se publicó evidencia de que sus policías operaban el secuestro, las desapariciones y los homicidios, y no fue sino hasta que se desbordó la cañería que Duarte –ni siquiera Miguel Ángel Osorio Chong– decidió pedirle la renuncia que “para que lo investiguen”.
Es lo que es.
El PRI ha pagado por tantas omisiones aunque, para mi gusto, no lo suficiente. El Presidente mismo ha pagado en su propia popularidad por Javier Duarte de Ochoa. El búmeran, que le llaman.
Pero faltan muchos por pagar. Duarte, en primer lugar. Y Bermúdez. Y en ese costal, metería a la prensa palera. A esa no la hará pagar la PGR. A esa, sólo los lectores pueden castigarla. Deberían castigarla. De verdad deberían.
Pero “estamos en México, goei”, como diría Lord Audi. Ni siquiera eso creo que suceda.
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