Por Pablo Montaño
Una de los postulados de la campaña de Ada Colau, actual alcaldesa de Barcelona, fue eliminar el concepto de la marca Barcelona. En nombre de esa marca la ciudad se había transformado para satisfacer las demandas del Mercado, dejando en segundo plano las necesidades de su población. Se procuró la creación de hoteles y departamentos turísticos a costa de la vivienda social y las rentas más caras de toda España, se construyeron puntos de interés carentes de sentido político y social; como el MACBA, que arrasó con un cuadrante tradicionalmente migrante del barrio del Raval para dar lugar a un museo que no tenía colección que exponer al momento de ser inaugurado o las pinedas del Bosque del Collserola, muy bellas, pero incendiarias en el árido clima mediterráneo, y además, se dispersaron violentamente decenas de manifestaciones para mantener el orden en una ciudad cuya administración se asemejaba a la de un parque temático. La marca demanda y la ciudad obedece.
Esta semana, Guadalajara celebró el lanzamiento de su marca, “Guadalajara Guadalajara”, reiterativa pero simpática. La cuidad quiere darse a conocer y proyectarse como destino cultural, empresarial y turístico, bien. Sin embargo, las marcas sirven para vender y en el momento de venta los defectos, las carencias y los problemas no tienen cabida. Los ejemplos de otras ciudades marca nos revelan este desacomodo de prioridades, donde, la población termina detestando la narrativa de ciudad que se le vendió. Amsterdam se despidió de la vida vecinal en su centro; entregado a hostales, Coffeeshops y burdeles de vitrina. O París, que pierde plazas enteras (como la de los pintores en Mont Martre) ante las mareas de turistas depredadores que buscan la selfie perfecta, el croissant barato y el llaverito de la Torre Eiffel. El encarecimiento de la vivienda, la pérdida de comercio de proximidad y la privatización del espacio público son algunos de los efectos que sufren estas capitales del turismo global, Guadalajara está lejos de ser París (con el perdón de los entusiastas), razón de más para preguntarnos lo que ofertará esta nueva marca. ¿Qué vende una ciudad con tantos temas pendientes? La tierra mojada está muy bien, pero, no alcanza.
A las marcas no les gustan los pobres, ni los migrantes ni los marginados, estos estorban en la postal de una ciudad bonita. Sin afirmar que gobernantes y funcionarios perseguirán grupos vulnerables a partir de mañana, caben las preguntas: ¿para quién trabajará la marca “Guadalajara Guadalajara”? ¿Para los desarrolladores? ¿Para los empresarios? ¿Para los vendedores de artesanías? ¿Para el medio ambiente? ¿Para los vecinos? ¿Para los wixárikas?
En una ciudad con problemáticas tan puntuales preocupa el festejo eufórico de una idea tan ambigua.
Sé parte de la conversación