Si alguien me pregunta qué es Marcelo Ebrard en este momento, responderé: un muerto. Un muerto con todas las de perder, además, porque a su propia descomposición le sobreviene la persecución de su equipo cercano. Miguel Ángel Mancera lo quiere lejos y lo más jodido que se pueda; también “Los Chuchos” y el poderoso Jefe de Gobierno bis, Héctor Serrano, quien en la pasada elección del PRD se confirmó como la cabeza de un grupo de temer, y en ascenso.
Marcelo está hundido y si se mueve, se irá más para abajo porque lo tienen arrinconado en un pantano, medido y amenazado. Le dijo a Carmen Aristegui que en la Ciudad de México manda el Presidente Enrique Peña Nieto y poco después le dieron un mazazo a sus colaboradores; los inhabilitaron. Está hundido y bajo amenaza. Él, y también sus más cercanos.
Ebrard decidirá qué hacer pero, en este momento, no lo veo levantando la mano. Su francotirador es uno: Mancera. Y tiene la sartén por el mango. Veo a Marcelo en un exilio conveniente. Andrés Manuel López Obrador no lo ayudará; sus pocos leales están condenados y sólo una jugada maestra, y no golpecitos aislados, podría rescatarlo de la condena. Esa es la realidad. Su proyecto está en espera de tiempos mejores.
Al PRI, a Gobernación y a Los Pinos les conviene este muerto en vida; no quieren competidores para la elección del 2018 ni una oposición firme. Tampoco a AMLO le conviene revivirlo (porque podría hacerlo): ¿para qué? ¿Para competir contra él en las presidenciales? Tanto los priistas como la izquierda de Morena saben que Mancera, como va, tampoco será pieza.
El pleito entre los dos, entonces, ha generado dos muertos: Mancera y Ebrard.
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Ebrard es un hombre inteligente. Y joven: tiene 55 años. Está preparado y, si no fuera por el escándalo de la Línea 12, podría rendir las mejores cuentas como ex Jefe de Gobierno del Distrito Federal. Es un buen lector, y aún cuando se le ha aplastado y exhibido con lo del Metro, hasta ahora no existen pruebas de que actuara motivado por la corrupción, y eso es mucho decir en un país de corruptos impunes. Entregó la Ciudad de México con buenas cuentas (excepto lo de la Línea 12) y el partido también: al final fue su efecto y el de AMLO los que le dieron los votos a pasto a su sucesor.
Mancera debe ser un hombre inteligente; no tengo noticias de que lea, pero igual es joven. Fuera del escándalo de la Línea 12, no se le conoce algo notable por el Distrito Federal. Digo, lo gobierna. Está en la silla desde donde se gobierna, al menos, aunque es sabido que su debilidad crónica y su pasividad lo está aislando mientras que enormes proporciones de poder han pasado a manos de personajes que lo han aprovechado. Héctor Serrano es uno de ellos. Los priistas son otros.
Mi pronóstico es que, cuando termine su mandato, Mancera se irá a su casa a rumiar en soledad. No tendrá tantos amigos como piensa. No dejará escuela ni grupo político. Se irá como Ernesto Zedillo: al autoexilio. Digo, me puedo equivocar porque todavía es muy temprano para hacer pronóstico, pero por la víspera puedo especular que los mismos que traicionaron a Ebrard lo traicionarán a él. De hecho, con más ganas: es un personaje con mucho menos oficio político y cada vez está más débil, a pesar de los manotazos. No tendrá partido. No tendrá, así como va, apoyo popular. Morena le crecerá en las barbas mientras en sus barbas el PRD irá menguando. Mancera dejará una izquierda hecha pedazos, es lo que se augura, cuando era el Jefe de Gobierno en turno el que la unía. Mancera habrá cavado, entonces, más de una tumba. Y en su cementerio político habrá dos huecos en la tierra: el de Ebrard es uno de ellos. Y también el suyo.
Marcelo deberá aprender ahora mismo otras lecciones de su propio pasado.
Una de ellas es que Manuel Camacho Solís se hundió después de su berrinche con Carlos Salinas de Gortari. La otra es todavía más cercana a su realidad: que Salinas de Gortari se dio cuenta muy tarde que el poder es el poder: se le puso a las patadas a Ernesto Zedillo, y a pesar de que era un Presidente pazguato y débil, no pudo con él. A Salinas se le irá esta vida sin poder vengarse, por más libros que escriba. Salinas es un cadáver que mueve hilos y nada más, mientras que a diario se traga la amargura de ser, ante la opinión pública, un apestado.
Por su parte, Mancera deberá prepararse para un retiro muy cuidado. Sobre hielo delgado, de hecho. Marcelo Ebrard puede ser un muerto, sí, pero nadie quisiera tener ese muerto como enemigo: el ex Jefe de Gobierno buscará, por todas las vías, saciar su hambre de acción. Buscará el plato frío de la venganza. Mancera deberá enfrentarse en condiciones casi de igualdad a un Marcelo que día y noche estará planeando cómo lavar su nombre y cómo hacer pagar al otro por el mazazo.
No quiera estar en los zapatos de uno o de otro.
Claro que me puedo equivocar. Mancera podría salir del fango de las encuestas, por ejemplo, aunque no se por qué y cómo. Y Marcelo podría revivir por no se qué fórmulas políticas, jaques y enroques. Pero ambos escenarios los veo peregrinos por hoy.
Marcelo está muerto. Y Mancera también lo está, o casi, y no veo forma de que pueda salirse del prematuro hoyo que él mismo ha cavado con paciencia y dedicación.
Marcelo es un muerto con objetivos, entonces, mientras Mancera es un muerto a lo güey: prematuramente aislado, prematuramente saqueado por sus “nuevos amigos”, vencido prematuramente y en manos de sus depredadores naturales. Me puedo equivocar, por supuesto. Pero eso es lo que veo hoy.
Lástima por los dos; tanto que se va a la basura, caray. Lástima por el proyecto de izquierda porque la división no hace sino alimentar al lobo rapaz: el PRI.
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