El Presidente en la promulgación de las leyes anticorrupción. Foto: Cuartoscuro
Por Alejandro Páez Varela*
La semana pasada, cuando el Presidente se disculpó por la “casa blanca” –con evidente cálculo político y sin consecuencias legales–, busqué fotos de él durante la ceremonia que era, además, una fiesta para el país y para cualquier democracia: se promulgaba el Sistema Nacional Anticorrupción.
Hallé muchas fotos de él con el rostro de pena y los músculos endurecidos, y apenas unas donde tenía el rostro relajado.
Sí era motivo de fiesta. El gran enemigo de Winston Leonard Spencer Churchill fue Adolfo Hitler; su rostro era de orgullo y felicidad cuando anunció, al pueblo inglés, el fin de la guerra y la derrota de los enemigos de la civilización. El mismo rostro que tenían Franklin Delano Roosevelt y Iósif Stalin para el mismo evento.
La corrupción es uno de los peores enemigos que enfrentamos los mexicanos. Detrás hay crimen organizado, crimen de cuello blanco. Enrique Peña Nieto pudo presentar con orgullo ese conjunto de leyes. Su rostro debió decir: “A ustedes, malnacidos que han mermado a la República, saqueadores que aprovechan cualquier recoveco para robar en un país con millones de pobres, aquí les van estas leyes que adelantan su derrota”. Falta voluntad para hacerlas cumplir, pero al menos el andamiaje para castigar a los saqueadores está allí, en esas leyes.
El rostro de Peña Nieto, sin embargo, era de angustia o de derrota. Quizás, claro, porque él mismo decidió mostrar ante todos su derrota personal, la “casa blanca”, y ofrecer una disculpa. Como sea, las fotos no mienten: el Jefe del Ejecutivo federal tuvo un semblante de apuración, de desencajo. Un rostro que decía: “ya, ya, que se acabe todo esto; ya, ya, déjenme ir”.
Sí era motivo de fiesta la promulgación de las leyes que buscan combatir el flagelo de la corrupción. ¿Y por qué no se sintió así?
El problema de la actual administración federal está en que ya no se le cree a su líder, y su líder mismo, a juzgar por su apariencia, descree en él. No es el primer evento en el que aparece desencajado.
Pero además el líder no se ayuda. Al terrible error de nombrar como su propio investigador a un hombre de su confianza, a Virgilio Andrade, le han seguido otros que, a la postre, resultan peores. Como mantener en el cargo a los que no cumplen con las tareas que le encomienda la República. Y entre esos hay al menos dos: Miguel Ángel Osorio Chong y Luis Videgaray, los hombres que fracasaron en traer seguridad, tranquilidad social, una economía fuerte; fracasaron en aterrizar las cacaraqueadas “reformas estructurales”. Sus vicepresidencias se han debilitado no por la grilla: por su propia ineficiencia.
Su remoción a tiempo habría traído mayor confianza y habría enviado el mensaje de que las cosas se pueden corregir. Peña no lo hizo. No lo ha hecho. Otro de esos hombres es Aurelio Nuño pero es demasiado pequeña la pieza para impactar. Entonces, haber movido a Osorio y a Videgaray no necesariamente resolvería los problemas del país, pero sí demostraría que no se trabaja como club o clan, sino a favor de México. Y eso da legitimidad.
El fracaso en seguridad tiene varias aristas. La primera es que el Presidente menospreció el tema porque seguramente se creía que, como en el Estado de México, era cosa de números y percepción; de ir moviéndole a los indicadores, de presionar a la prensa que llevaba el recuento de los homicidios (los indicadores salieron de las portadas; queda el de Zeta) y de “convencer” a periodistas y directores y dueños de medios para que le bajaran a la violencia y enfatizaran en “los logros”. Otra arista es la incapacidad de los servidores públicos. De Miguel Ángel Osorio Chong, en concreto. Tan creían que era un asunto de “manejo” que se armó una súper-Secretaría para llenarla de pinole. Una Secretaría política manejando temas de seguridad. Pero no, no hay tanta saliva para un país como este. El desastre en derechos humanos (Gobernación) y el mal manejo de los problemas sociales (Gobernación) se une a la crisis de seguridad (Gobernación); una capirotada que se volvió un coctel molotov para la súper-Secretaría. Un líder habría reconocido a tiempo que retomar la estrategia de Felipe Calderón no era buena idea; habría hecho cambios en las carteras asignadas y habría dado un golpe de timón. Ese líder faltó.
El fracaso de la economía es muy parecido. Se pensó que, como con la inseguridad, era cosa de comprar medios y manipular las cifras. Pero no. La fórmula Atlacomulco no sirvió. Para los pobres, así le manipulen a las cifras de Inegi para aparentar bienestar, hay un solo plato: el que está vacío o el que está lleno. La mayoría de las llamadas “reformas estructurales” estuvieron a cargo de Luis Videgaray; pensaría que era cuestión de distribuir entre los amigos las concesiones para mover a México, pero México no se mueve y las reformas, en los hechos, son un fiasco; pensaría que con la prensa amiga, con los programas matutinos para bobos y miles de millones en publicidad se darían resultados. Cero. Pero un líder habría tomado decisiones de volada: un nuevo Secretario se imponía desde de que se descubrió la “casa Malinalco”. Nada. Cero. El desprestigio de Videgaray sólo se opaca con el desprestigio de su líder. Seis años a la basura y una derrota épica para la administración pública federal.
Está el tema de los tres gobernadores: César Duarte, Javier Duarte y Roberto Borge. No hubo liderazgo para detenerlos a tiempo y causaron un descalabro mayúsculo al PRI, partido del Presidente. Causaron y causan un descalabro enorme a los ciudadanos de sus entidades, que cuentan los días para que se vayan aunque saben lo que dejarán detrás: deudas, violencia, inestabilidad social y sospechas de corrupción. E impunidad.
Faltó líder para encarar las grandes tragedias de seguridad: desde Tlatlaya hasta Ayotzinapa, pasando por Nochixtlán; los encargados de dar certeza de que el Estado se dedicaría a suministrar justicia hicieron lo que quisieron y dejaron mal parado al líder. Faltó ídem para someter a Humberto Moreira –en lugar de defenderlo–; faltó líder para demostrarle al país que no vendría un viejo PRI reloaded sino uno distinto, mejorado: Elba Esther Gordillo pagó con prisión su rebeldía al partidazo y se le tendió la mano a Carlos Romero Deschamps y a otros que, como él, son el rostro más público de la corrupción.
Faltó y sigue faltando un líder que obligue a la clase política a rendir cuentas y aquí también falta cara para hacerlo, es decir, legitimidad. Ha faltado líder que vaya por los asesinos de periodistas; ha faltado líder para ponerle un hasta aquí al saqueo de combustibles. En las cosas más nimias del acontecer diario falta un líder porque cuando dicen: “pongan en orden a los maestros” falta legitimidad para responder:“ sí, pondremos en orden a los maestros como ponemos orden en todos los ámbitos”.
El líder falta y se nota sobre todo en el rostro del que hace las veces de líder. Ya no genera confianza y difícilmente logrará ganar legitimidad ese rostro de pena y músculos endurecidos, de angustia o de derrota; ese que muestra imposibilidad para dar un paso porque parece tener miedo al campo minado… por él y por sus cercanos.
Falta un líder y como a la corte se le ha demostrado que –sin importar lo que haga– ya nada cambiará, entonces esa corte toma los sellos del reino y firma decretos, brinca sobre la mesa, rompe los tapices, ensucia las alfombras y se emborracha de ineficiencia y de impunidad.
*Twitter: @paezvarela
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