Cananea, Sonora, 5 de septiembre (SinEmbargo).– Cananea, Sonora, es una ciudad que no comparte las millonarias ganancias del dueño de Grupo México, Germán Larrea Mota Velasco. Tampoco se beneficia de dar asilo a la mina más importante de Sonora y productora de cobre del país. Sus habitantes no pueden aspirar a encontrar trabajo en el complejo, porque debido a la huelga de más de 800 mineros originarios del lugar, pesa sobre los sonorenses una especie de veto seguro.
Sin embargo, Cananea sí padece diariamente de las actividades en la mina Buenavista del Cobre. Todos los días se despierta con el ruido de la maquinaria y con el olor de la lluvia ácida. El óxido se ha impregnado en cada casa, árbol y automóvil. Está en el aire. Se respira. Larrea no llevó progreso a la ciudad que le abrió las puertas, aseguran sus habitantes, pero el tajo de la mina se impone y domina el paisaje. El resto, las viviendas, los hombres, mujeres y niños viven a los pies de ese cerro de lixiviados y residuos.
Los mineros del Sindicato Minero de la Sección 65 exigen que la compañía les devuelva lo que les quitó y que se haga responsable del llamado “peor desastre ecológico en la minería mexicana”: el derrame de 240 mil metros cúbicos –aseguran– de ácido sulfúrico en el afluente de los ríos Bacanuchi y Sonora.
Germán Larrea en Cananea, dicen los mineros, es un hombre sin escrúpulos, que arrasa con todo lo que encuentra a su paso y que devora parte de la sierra sonorense en total impunidad, con la anuencia del gobierno del estado y las autoridades federales. Nadie le pone un freno. Simplemente, es intocable, afirman.
En medio de la noche por la carretera que lleva de Bacoachi a Cananea, en Sonora, el tajo de la mina Buenavista del Cobre parece un valle de niebla espesa entre los cerros. Aparece y desaparece dependiendo de las pendientes del camino; en algunos momentos se confunde con cielo nocturno.
Ese tajo a cielo abierto, con sus piletas y terreros de lixiviados regados con ácido sulfúrico, domina por completo la vista de Cananea. En la noche, las luces del perímetro de la mina dibujan un contorno de kilómetros iluminados que vigilan el sueño de los habitantes. Ahí, a las faldas del tajo, amanece el caserío de la ciudad, con sus pobladores.
A las 5:30 de la mañana en la mina ya hay movimiento y aún no se pone el sol por completo. El aroma a esa hora no es común, ni se parece a ningún otro olor. Es ácido y desde el mirador de la colonia El Fortín se puede apreciar con claridad el interior de la mina, que hasta hace poco, contaba con un cerco de granaderos alrededor de todo el perímetro.
Ahí, en esa colonia, todos los vehículos tienen la carrocería oxidada y cubierta por un polvo gris que emana la mina. En toda Cananea, el óxido es común.
La ciudad fincada entre los cerros, de pendientes pronunciadas y que cobija a la mina más importante de Sonora y una de las principales productoras de cobre, no comparte las ganancias de Germán Larrea, el dueño de Grupo México.
Cananea, es una ciudad de tejados oxidados –debido a que nieva en el invierno, las viviendas “estilo americano” protegen sus techos con lámina galvanizada – por la lluvia ácida que día a día cae sobre todo lo que ahí se mueve.
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