Por: Alejandro Páez Varela*
Es un hecho que los partidos de oposición no pueden solos con el PRI. Antes de 2000, podíamos decir que se enfrentaban a un aparato todopoderoso que imponía su voluntad manejando a su favor todas las variables. Dieciséis años después, es claro que el PAN hizo todo lo posible por devolverle Los Pinos al PRI, por las razones que quieran y manden, lo que ha permitido revigorizar esa fuerza que muchos dieron anticipadamente por agotada. Lo mismo ha pasado en la capital donde, ya lo dije en otro texto, el partidazo entró por la puerta grande y a invitación de Miguel Ángel Mancera, “Los Chuchos” y el PRD.
El regreso del PRI no tendría ningún problema en una normalidad democrática. De hecho, será bueno cuando lo veamos como una fuerza más, regido por las Leyes y acotado por Instituciones fuertes. Pero el regreso de este PRI, marrullero y corruptor, opositor de las prácticas democráticas y de buen gobierno, es un retroceso estúpido porque volvieron a lo mismo y reinstalaron lo mismo. Y no es el PRI de Lázaro Cárdenas sino el de Carlos Salinas; es el peor PRI: el leproso que baila de cachetito con la oposición no porque la quiera, digamos, con pasión y amor, sino porque quiere contagiarla. Un PRI que quisiera a todos igualmente corruptos y leprosos porque allí, donde están los corrompidos y leprosos, es el rey.
Los partidos, decía, no pueden solos con el PRI. Eso es un hecho. Los cuarentones, que estuvimos alertas en la década de los 90, pensamos que tendríamos que bregar con muchas cosas, menos con el PRI. Que la gente como Javier Duarte, César Duarte, Humberto Moreira, Carlos Romero Deschamps o los escándalos como el de Monex, la “casa blanca”, OHL, Grupo Higa y otros serían casos aislados, de excepción, con los que habría que bregar y no que fueran la punta del iceberg, y que el iceberg fuera casi la totalidad del Estado mexicano.
Vicente Fox Quesada y Felipe Caderón Hinojosa fueron, a mi modo de ver las cosas, un tropiezo para la transición democrática de México. El primero resultó un palero de la fuerza corruptora que iba a desmantelar; el segundo llegó mal y condujo (mal) la Nación hacia el caos, hacia el desmantelamiento de las instituciones.
En pocas palabras: uno alimentó al león y lo mantuvo fuerte, y el otro le abrió la jaula para que regresara a la selva, donde nunca dejó de ser rey. Y que se jodan los ciudadanos.
De allí el desencanto: somos, otra vez, presas de la bestia sin llenadera.
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Decía: Los partidos de oposición no pueden solos contra esa maquinaria todopoderosa que es el PRI; la transición democrática falló, fallaron los que se suponían que iban a desmantelarlo.
No concuerdo con los que dicen que la única opción es dejar de votar “para que colapse el sistema electoral”. Ajá. Primero, no somos ese país que se organiza para tal proeza; en los años recientes dio muestras de poder organizarse para hacer lo contrario: para salir a votar. Y segundo, porque no creo que esta Nación necesite más anarquía.
Creo que la única manera de derrotar al PRI es que todos salgamos a votar; superar los 9 millones de votos aproximados que tienen de ya los priistas para una elección presidencial, y hacerle ver a los que votan por una torta o convencidos que son una minoría y que su esfuerzo no tiene recompensa.
En 2000, el voto útil –votar por un candidato opositor puntero– logró que llegara Fox Quesada. Fox resultó un fraude tremendo, una burla, una catástrofe para el ánimo popular. Pero, aunque nunca estuve de acuerdo con el voto útil, recapacito y pienso que hoy no existe otra manera de sacar al PRI.
Aguas: no llamo al voto útil. Llamo a reflexionar, con mente abierta, qué opciones tenemos para acabar con la pesadilla.
Un fenómeno interesante se dará este 2016. De alguna manera, la campaña de Javier Corral Jurado en Chihuahua ofrece la esperanza de un voto unido en contra el PRI y el Partido Verde y no para el PAN, sino para un proyecto ciudadano. La esperanza es que los chihuahuenses del partido que sean se enciendan y vayan contra César Duarte y toda la corrupción y el abuso, la ineficiencia y el endeudamiento que ha traído en apenas seis años. El Senador Corral jala fuerzas de izquierda en la entidad, mientras que los mismos panistas han visto en él una posibilidad de romper con la inercia del PRI en esa y –lo más interesante– en otras entidades norteñas.
Hace 30 años, en el “verano caliente” de 1986, Francisco Barrio Terrazas encendió allí una llama: eran miles de ciudadanos contra el PRI. Esa misma llama podría avivarse en Chihuahua, o esa es la esperanza que tienen algunos allá.
En Veracruz sucede algo similar. Vi una encuesta reciente que me dice que el PRI realmente peligra. Miguel Ángel Yunes Linares lleva la delantera (marzo, 2016. Berumen y Asociados) con 37 por ciento de la intención de votos; Héctor Yunes Landa (PRI) casi tiene 27 por ciento y, oh sorpresa, Cuitláhuac García Jiménez, de Morena, tiene un 10 por ciento. ¡10 por ciento! Un montón para un partido que se estrena en Territorio PRI.
Leo que la gente va contra el PRI de Javier Duarte de Ochoa, esa pesadilla de Gobernador que tiene a Veracruz hundido en la pobreza, la falta de transparencia, el endeudamiento y en una larga noche criminal donde nadie, nadie se salva.
Chihuahua y Veracruz podrían dar una sorpresa este verano, creo, y en ambos casos es la gente –y no los partidos– la que, harta del cochinero, quieren hacer algo para lograr un cambio.
Chihuahua y Veracruz necesitan un cambio AHORA. Creo que un cambio en esas entidades podría alimentar –ojo, no dije provocar– la ola ciudadana de cambio en todo el país, si tomamos como válido que “El Bronco” es parte de lo mismo (del cambio) (aunque ya he expresado mis dudas).
Pueden no gustarnos los candidatos, ciertamente. Pero romper con la inercia hoy es importante para mañana, para 2018. Porque mi confianza está en que esa posible ola no se desinfle y alcance hasta 2018.
Todo, claro, se basa en puros supuestos. Y sería un peor-es-nada.
Pero, ¿alguien tiene una mejor idea?
*Twitter: @paezvarela
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