Los promotores de la reforma energética del gobierno de Enrique Peña Nieto subrayaron en 2014 que el objetivo fundamental era “fortalecer a Pemex” y convertirla en una “empresa productiva del Estado”, rentable, con autonomía presupuestal y competitiva con los consorcios petroleros internacionales, asegura el periodista Jenaro Villamil.
En menos de dos años las promesas se esfumaron. Hoy, la empresa de la industria más importante del país, la que Lázaro Cárdenas expropió el 18 de marzo de 1938, está “técnicamente quebrada”.
Su pasivo asciende a 3 billones 107 mil millones de pesos, y tan sólo a finales de 2015 su pérdida neta (después de pago de impuestos y derechos) fue de 522 mil millones, casi el doble de la de 2014 y equivalente al 48% de sus ingresos, según se desprende de las cifras de la propia paraestatal y de un análisis elaborado por senadores del PRD que reclaman la comparecencia del director general de Pemex, José Antonio González Anaya, y del secretario de Energía, Pedro Joaquín Coldwell.
En dos años le quitaron a Pemex campos que contienen reservas y que formó con millonarias inversiones públicas; gasoductos y otras instalaciones; y está en proceso la venta de activos productivos y rentables para allegarse de recursos a través de mecanismos financieros, como las llamadas Fibrabase.
El viernes 11 el Instituto Global KKR, uno de los mayores del mundo, anunció que invertirá 2 mil 100 millones de dólares en Pemex a través de la colocación de certificados de capital de desarrollo en la Bolsa Mexicana de Valores.
El anuncio lo hizo el director KKR, David Petraeus, durante su participación en la 79 Convención Nacional Bancaria de Acapulco.
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