Hasta hace poco no sabía de quién acordarme, y no para bien, cuando todos las mañanas un estruendoso sonido me raptaba del onírico mundo de Morfeo y me devolvía a la cruda realidad. Ahora ya lo sé, y no es otro que el filósofo Platón.
Los relojes de agua o clepsidras (del latín clepsydra y esta del griego κλέπτειν, “robar” y ὕδωρ, “agua”) y los relojes de sol eran los métodos más frecuentes para medir el tiempo en la Antigüedad.
El mecanismo de la clepsidra era muy sencillo: se llenaba una vasija de agua y se dejaba salir por un pequeño orificio situado cerca de la base del recipiente, creando un flujo constante y regular que hacía descender el nivel de agua indicando los diferentes períodos marcados en el interior de la vasija (también se podía hacer llenando con el agua la vasija en la que están marcados los diferentes períodos).
Pero a la hora de despertarse de nada servían las clepsidras. Sólo se podía confiar en los gallos, y los que se debían criar cerca de la Academia de Atenas, la escuela filosófica fundada por Platón en 388 a.C., no debían ser muy fiables.
Así que, el filósofo decidió adaptar una clepsidra para convertirla en el primer despertador y que sus alumnos no llegasen tarde a sus charlas. Platón añadió a la clepsidra una segunda vasija situada en un nivel inferior sellada herméticamente y comunicadas mediante un tubo.
En el interior de la primera colocó un sifón que, llegado el momento previsto, haría salir el agua con la suficiente fuerza que al llenar la segunda el aire desplazado escaparía por un pequeño orificio situado en la parte superior y produciría el sonido, semejante al producido por el vapor de agua en las teteras.
Fuente: Historias de la historia
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