(25 de junio, 2014).- I.- La Iglesia fue separada del Estado por la Revolución de la República Restaurada, para implantar una institución laica, que dos sexenios panistas más el peñista quieren revertir. Y que desde la devastadora y fanáticamente religiosa Conquista y los virreinatos, ha sido escondrijo de las perversidades sexuales de sus curas, los cuales han recibido la protección de la jerarquía eclesiástica para evitar ser llevados ante los tribunales para recibir sanciones. También los gobernantes, cortados por la misma tijera de los “mochos”, se han hecho disimulados, no obstante las pruebas. Sus cánones no les permiten tener pareja, pero tienen amantes ocultas y dan rienda suelta a sus degeneraciones con inocentes menores de edad. Con el recién canonizado y vuelto “santo” Juan Pablo II, esas maldades llegaron a su máxima cuantía de niños violados, que luego encubrió Joseph Ratzinger. Cientos de miles de casos fueron denunciados y ninguno de los Papas hizo caso o tomó nota para sacar de sus filas a esos ministros. Los cuales no son enfermos, sino criminales que han hecho de las confesiones un arsenal para los tocamientos y abuso de los acólitos; prometiéndoles el paraíso a los seminaristas con la súplica de que les ayudaran a “sacarse el diablo” de sus aparatos sexuales.
II.- Acaba de tener lugar el asunto del perverso violador de más de 100 menores, en una iglesia de San Luis Potosí: Eduardo Córdova Bautista. Lo protegían políticos, empresarios, padres de familia y toda la élite potosina, incluyendo la Arquidiócesis. Y hasta que el Papa Francisco decretó su expulsión –sin excomunión–, el arzobispo Jesús Carlos Cabrero Romero puso su cara de palo y “pidió perdón” por ese bastardo. La clerecía, la élite política y empresarial potosina, saben dónde lo esconden y no lo entregan, dejando al arbitrio del violador “dar la cara y evitar un mayor daño a la Iglesia”, como reportó Xóchitl Álvarez (El Universal: 12/VI/14). Muy dignos de su representación sacerdotal, el arzobispo de marras, acompañado del abogado Armando Martínez Gómez, ofreció una conferencia para “pedir perdón”. Pero el meollo del problema es que ese imbécil y el resto de los pederastas, deben ser llevados a los tribunales penales y que la Iglesia indemnice a las víctimas. Entonces sí, que de rodillas y en público pidan perdón a nombre de la institución religiosa.
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