La violencia cada vez se apodera más y más de la sociedad, se aprovecha de cada resquicio para exaltarla o llevarla a cabo. En menos de una semana el futbol fue testigo de actos deplorables en diferentes partes del continente. Argentina y México son los testigos de cómo la violencia ha tomado el control de un espectáculo, que supone o suponía un ambiente familiar y de esparcimiento.
Las imágenes en Argentina, donde un seudo aficionado (por no llamarlo de alguna otra forma) rociando con gas a los jugadores del River Plate. Mientras en México, la indignación de unos vándalos, y por qué no llamarlos delincuentes, provoca que se metan a la cancha a insultar y encarar a jugadores y cuerpo técnico.
Eso es lo que ahora el futbol expone o a lo que se expone. El ambiente familiar, niños y niñas queriendo ver jugar a sus ídolos del balompié, soñando con que en algún momento ellos podrán ser los protagonistas de esos encuentros, es cosa del pasado. Ahora parece que la ilusión de muchos aficionados es destruir, pelar o porque no matar al contrincante; el futbol es lo de menos, ahora entre más inadaptado o más primitivo sea el comportamiento en las gradas, mayor nivel de heroísmo y de aceptación pudiera obtener.
Ridículo e indignante ver como un jugador del Boca Juniors, después de ver el caos en las tribunas, las lesiones y quemaduras en sus rivales en la cancha pero colegas de oficio, aplaude a la tribuna, como si de un hecho de aprobación y elegancia fuera lo que ocurrió. Mientras en el Estadio Jalisco un jugador enfrenta a quién le reclama, tal vez lo enfrenta por miedo o tal vez por impotencia, pero al final violencia, violencia y violencia.
Qué está sucediendo en nuestro continente, ese continente que alguna vez se denominara el “Continente de la esperanza”, descrito así por el pontífice Juan Pablo II.
Violencia en las calles, violencia en las canchas. La pelota ya está manchada, contradictoria frase a la que en algún momento dijo Diego Armando Maradona, aludiendo que el futbol y la pelota no se mancha, pero en una semana se manchó y menos mal no fue de sangre como en otras ocasiones.
Será sin duda que la violencia ya es parte de nuestra cotidianidad, será que estamos en la época de resiliencia en todos los aspectos sociales, en una época de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas.
El deporte se dejó a un lado para hacerlo un gran espectáculo, lo cual a la larga también se dejó para hacerlo un negocio y que ha llegado hoy en día como una justificación e invitación a los grupos delictivos a ponerse una playera, sea cual sea el equipo y provocar el miedo en aquellos que todavía creen en el futbol como una ilusión y un escape a lo que ocurre en la vida diaria.
Analizando los casos de Argentina y México, dos países latinoamericanos que han pasado por grandes retos económicos, inmersos en gobiernos corruptos, en lucha de clases, es paradójico que ahí sea donde se prefiera dar la vida o pisar la cárcel por un equipo de futbol que por una lucha social. Si la pasión se volcará a lo que ocurre más allá de noventa minutos, tal vez ambos países estarían en otras condiciones y circunstancias.
Alguna vez lo dijo el tercer presidente de la FIFA Jules Rimet: “Hay que tener mucho cuidado porque el futbol se está convirtiendo en un negocio”. Un negocio donde política y delincuencia tienen un caldo de cultivo perfecto para jóvenes que su distracción y sentido de vida se los da un equipo de futbol, donde pueden sacar la impotencia de un país sin oportunidades, donde pueden enfrentarse a los cuerpos de seguridad, algunos con el objetivo de vengar rencillas que se han desarrollado en otros escenarios.
La violencia ya es parte de nuestro andar diario, sabemos vivir más entre la violencia que con paz. Triste en verdad que un deporte, el que algunos llaman el más bonito del mundo, el más practicado en el planeta comience a ser secuestrado por criminales en las tribunas, y por qué no decirlo, en las mesas directivas. Dueños y directivos que ven en las barras (una imitación más ante la falta de identidad) el pretexto perfecto para agredir y atemorizar a rivales, usando carne de cañón a personas que desbordan una pasión quasi enfermiza, direccionándola en la violencia. Factores como drogas y alcohol juegan también su papel fundamental para que estos comportamientos estallen en cualquier momento. Increíble que noventa minutos sean suficientes para perder la cabeza y hacer de un estadio una zona de guerra.
El futbol es tan hermoso que no necesita delincuentes y vándalos en las gradas, necesita niños y familias, pues el futbol tiene la capacidad para unir no para hacer estos espectáculos o pelear con policías en pleno estadio.
El futbol en México no necesitó de barras durante más de 50 años, estas creaciones son parte de una imitación argentina, y como es costumbre de manera natural en el mexicano, imitando e importando cualquier cantidad de vicios, pero jamás imitando lo que lleve a una manifestación de crecimiento.
Un verdadero aficionado del futbol aspira a ser jugador y no barrista, quiere ser un ídolo de familias y juventudes y no un héroe encarcelado comportándose como un animal, con todo respeto para los animales por tal comparación.
Los verdaderos aficionados al futbol saben que es solo un juego lleno de pasión, pero no más que un juego. Los seudo aficionados al futbol creen que el futbol es la vida entera, que la violencia los arraiga más a su equipo y que perder la cabeza contra los demás los hace sentir los colores de su camiseta.
El futbol es un deporte que despierta pasiones y últimamente ha despertado delincuentes, inadaptados y vándalos que se creen parte de la fisonomía y de la esencia del deporte.
Cuando en la vida no se tiene mayor inspiración y meta que perder la cabeza por once jugadores, es necesario replantear la construcción personal de la existencia.
Lo peor del caso es que a esos jugadores y a ese equipo que siguen y por el que hasta cantan que están dispuestos a morir y dar la vida, les importa un pepino sus cantos, gritos y su existencia.
Algunos creen que los estadios serían mudos sin estos delincuentes llamados barristas, pero lo único que están haciendo es enmudecer al deporte, están callando las voces de los que solo quieren pasar un buen rato apoyando a su equipo, a los que quieren distraerse de la realidad diaria.
Indignante ver a los jóvenes dispuestos a ser parte una batalla por un partido de futbol, cuando podrían encausar ese coraje y esa pasión por su porvenir, por su futuro, por hacer un mejor país, ya sea en México, Argentina o cualquier lugar del mundo.
Por: Fernando Ortiz C.
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