Visité el Museo de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social en Lima, Perú, su exposición permanente relata el episodio de violencia alrededor de Sendero Luminoso y el MRTA, que perpetraron actos terroristas, secuestros, hostigamiento de comunidades rurales y masacres de campesinos (Lucanamarca, 69) y por su parte, la reacción militar del gobierno que acarreó la violación sistemática de derechos humanos, tortura, criminalización de estudiantes y su propia cuenta de abusos a comunidades, incluyendo episodios brutales como el fusilamiento de la población del pueblo andino de Putis (125 hombres, mujeres y niños)
El recuento de los hechos violentos recuerda ineludiblemente el pan de cada día de nuestra propia guerra, esa que ya no se siente, lo único que difiere, y por mucho, es el número de muertos. El conflicto peruano que ocurrió de 1980 hasta 1997 cuenta con una cifra oficial de 60,000 muertos. Tan solo en los seis años del gobierno de Calderón, la cifra es del doble (121,000), los de Peña se calcula que rebasen los 130,000. En algún momento nos acostumbramos a la guerra y a una cifra que se apila, nos acostumbrarnos a no voltear a las serranía y a los pueblos, y acordamos que los sicarios y los narcos nacen de las amapolas y que sus muertes siempre son por algo.
Algún día necesitaremos un museo para nuestra narco guerra. Tenemos el Museo de la Memoria y la Tolerancia pero habla de Armenia, Yugoslavia, el Holocausto, Ruanda, Guatemala, Camboya y Darfur, de lo nuestro todavía no hay memoria. ¿Cómo vamos a recordar a esos más de 300,000 mexicanos que han muerto? ¿Qué testimonios se relatarán y qué nos preguntarán en 40 años? ¿Qué sentía un país que ha perdido (oficialmente) el equivalente a la población de Cuernavaca, Morelos? Faltará un museo muy grande para albergar nuestra guerra que no es guerra y los muertos que contamos mas no lloramos.
Algún día las ciudades voltearemos al campo y escucharemos sus historias, nos daremos cuenta que la falta de narcobloqueos no fue sinónimo de pacificación. Hablarán las madres que buscan a sus hijas e hijos desaparecidos y las ayudaremos a encontrarlos. Nos enteraremos de pueblos que desaparecieron al ser integrados a las filas del narcotráfico y quizás se reconocerán las masacres del ejército. Un muro gigantesco nos dará la bienvenida con 300,000 nombres de mexicanas y mexicanos que se perdieron en una guerra estúpida (como todas ellas). Con un poco de suerte, también tendremos justicia.
@Pabloricardo2
Sé parte de la conversación