Morelia, Michoacán.-Don Leopoldo vive y duerme al compás de los durmientes. Por las noches, a mitad de la madrugada cuando el frío sube por la cama y se cuela por las cobijas, en la tarde, cuando el calor cansa, adormece y las calles se cubren por un manto dorado, a todas horas y en cualquier momento puede escuchar el constante traqueteo de cientos de toneladas de metal que cruzan entre rieles de acero y durmientes de madera a unos cinco metros de la entrada de su casa.
La calle Juana Barragán, de la colonia Agustín Arriaga Rivera, representa la línea divisoria entre los 82 millones de mexicanos que sí tienen acceso a una casa y los 36 millones que no pueden acceder a “una vivienda digna y decorosa”.
Juana Barragán es una calle de Morelia, Michoacán que permanece sin pavimentar y está llena de contrastes; del lado noroeste se aprecian casas de tabique y hormigón, construidas en la década de los 80´s, cuando en la zona comenzaron los asentamientos humanos en terrenos considerados como espacios “habitables” que cuentan con todos los servicios y donde existe una regulación, por lo que cada casa paga impuestos prediales cada año ante el Ayuntamiento de la ciudad. No obstante, del lado sureste es otra historia, sólo una o dos casas por cuadra están construidas a base de cemento y ladrillos, las demás usan tablas de madera, láminas, lonas y pedazos de otras construcciones; muy pocas tienen el llamado “piso firme” la mayoría cuenta con piso de tierra o una mezcla de grava y escombro acumulado por cientos de camiones de volteo que pasaban a tirarlo a cambio de dinero.
A escasos metros de la calle se entra a una especie de terracería, como si fuera de pista para motocicletas con montículos y hoyos por doquier.
Las casas más allá de la Juana Barragán son ilegales por encontrarse en terreno federal debido a la cercanía con las vías de ferrocarril en uso, se trata de asentamientos irregulares que fueron poblados por los llamados “paracaidistas”; personas como Don Leopoldo que se cansaron de vivir como nómadas, de pagar rentas en otros lugares y que, según él, tienen permiso de Ferrocarriles Mexicanos para permanecer ahí.
Don Leopoldo trabaja como guardia de seguridad en la Secretaría de Educación Pública en un turno de 24 sobre 24, es decir, trabaja un día entero y descansa otro. Gana mil 500 pesos a la quincena “poquito pero más vale una gotita constante que un chorro (…) aquí los vecinos que es que son albañiles y no… que ganan 6 mil pesos por semana pero se ganan eso y no trabajan en meses… pues se lo acaban, en cambio yo ahí tengo un sueldito chiquito pero cada quince días (…) sobretodo me gusta por el Seguro (Social) y por el sueldo base” cuenta sin mover las manos por el frío matutino. Leopoldo no vive en la calle Juana Barragán, su casa está más al sureste, a una cuadra de distancia, justo al lado de las vías férreas.
El suelo queda por debajo de las vías por lo que, para entrar a su morada, utiliza unas escaleras de concreto sosteniéndose de un lánguido barandal de madera y metal, las lluvias de los últimos días han causado estragos en las láminas del techo y Don Leopoldo las arregló con un pedazo de lona azul y unos troncos pesados para que el viento no la haga volar. En su “jacal” vive con su esposa, ella no puede caminar y requiere de una silla de ruedas y una andadera para salir de su cuarto al patio; además, hace unos días llegaron familiares, su hija, su yerno y su nieto, con los que suman cinco personas viviendo en el jacalito, compartiendo el sueldo de Don Leopoldo y durmiendo entre durmientes.
“Mejor que en Altozano”
Son varias las casas que parecen abandonadas a un lado de las vías, dice Don Leopoldo que si están habitadas pero se trata de una familia que tiene varios terrenos irregulares en todo Morelia y pasan un mes en uno y otro mes en otro. Algunas casuchas tienen forma de chozas, una que parece kiosco es en realidad un salón de fiestas y otras parecen casas de rancho de un solo piso. Hay quienes tienen gallinas, guajolotes y hasta vacas y otros escandalosos e imponentes perros pitbull amarrados con cadenas y lazos.
Desde luego, destacan las casas de dos o hasta tres plantas con cercas electrificadas y alambres de púas; el contraste de los materiales, colores, texturas y rostros se puede ver a cada paso. Ciertas pequeñas chozas de lámina tienen estacionadas camionetas de ocho cilindros en las inmediaciones del terreno y lo mismo se puede encontrar camionetas Durango y Lobo como Tsurus destartalados y combis inservibles.
Ninguno de los que ahí viven paga impuestos, el agua fue traída de una toma en la colonia Arriaga Rivera. Lo que sí pagan es el gas, los cilindros que los repartidores llevan cargando al hombro debido al poco espacio para maniobrar entre la vía y las casas, y el telecable, Sky y Dish son los principales surtidores de televisión por paga de la zona; no es raro ver antenas rojas y grises atornilladas a vigas de madera a punto de venirse abajo.
En una de las casas se puede ver a varios trabajadores subiendo sus herramientas y productos a una camioneta, se trata de una cripta que van a colocar en lugar de una que se rompió; ellos se dedican a realizar cruces, criptas y losas de mármol para cementerios. “No se crean… no tenemos nada” afirmó uno de los trabajadores cuando otro dijo que tenían escrituras del terreno “estamos a menos de 20 metros del tren y es zona Federal (…) nomás que no pueden sacarnos por eso aquí andamos (…) sí tenemos todos los servicios agua, luz todo… lo que pasa es que los cables de luz pasan por abajo (del suelo) es una conexión subterránea pues… mejor que en Altozano” bromea refiriéndose a la zona residencial de la ciudad con terrenos que van desde los 800 mil hasta un millón 700 mil pesos dependiendo de la ubicación y el tamaño.
“No se puede”
El 17 de enero de 1977 se establece, por Decreto del entonces presidente de México José López Portillo, la Comisión para la Regularización de la Tenencia de la Tierra (Corett) para regularizar los asentamientos en terrenos de origen ejidal y comunal, los de origen privado, así como para la creación de programas de desarrollo urbano.
Al crear la Corett se trató de establecer un orden en la tierra o propiedades para tener un “reparto justo y equitativo de las tenencias de las tierras” como lo dice la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en su artículo número 27.
Sin embargo, la Corett se considera a sí misma como una “canalizadora” de los procesos de regularización de tierras y cada caso particular es enviado a la dependencia de gobierno que puede solucionar el problema de cambio de uso de suelo.
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