Angélica Lorenzo hace guardia en la puerta del hospital San José de Zamora, Michoacán. Ha venido cada día a apoyar a su madre, como ella reconoce a Rosa Verduzco, la controvertida fundadora del albergue La Gran Familia. Este domingo por fin la vio. La noche del sábado la Procuraduría General de la República desestimó presentarle cargos por falta de pruebas, y levantó la custodia policial que mantenía en la clínica, ante las denuncias de malos tratos, abusos sexuales y privación de libertad que provocaron el aseguramiento del orfanato que regentaba Verduzco el pasado martes 15.
De entre sus ocho colaboradores detenidos, dos de ellos también han sido absueltos y seis han sido trasladados a un penal de Nayarit, donde permanecerán mientras avanza la investigación. No obstante, fuentes de la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO) aseguran que si se encuentran pruebas suficientes de algún delito cometido por la dueña del albergue, se actuará. Todavía ayer en la mañana había elementos de la División Antidrogas de la policía federal en el lugar. Sin embargo aseveran que lo único que incautaron fueron navajas y alguna otra arma punzocortante sencilla.
“Están diciendo puras mentiras” espeta Angélica, quién pasó 20 años en los interiores de La Gran Familia. Cuando era niña vivía en las calles de la Ciudad de México hasta que el DIF de Nezahualcoyotl, Estado de México la recogió. A sus nueve años la trasladaron junto a otros cuatro niños a la casa de Verduzco. Al cumplir la mayoría de edad quiso salirse pero Mamá Rosa la instó a acabar los estudios. Luego le decía que qué iba a hacer fuera y sola. La animó a buscar un marido. Angélica conoció a un joven de fuera y decidieron casarse. Asegura que Rosa le exigió que el muchacho tuviese con qué mantenerla y una vez cerciorada, le arregló la boda, ya a los 29 años. Uno de los jóvenes la llevó al altar, ante el acompañamiento de Rosa, quién le arregló el bautismo, la comunión, la confirmación y la boda en una misma ceremonia. Ahora lleva casi seis años felizmente casada y vive en Zamora, dando clases particulares de música, las lecciones que por tantos años aprendió en el albergue.
“Ella es ruda, pero siempre es bien cuidadosa en lo que quiere para sus hijos”, dice Angélica. Reconoce que las normas eran “ora sí que lo haces o lo haces, pero es normal. Ahí llegábamos niños de la calle, delincuentes, drogadictos. No te van a llevar a un lugar donde te den premio, te tenías que acabar la comida, no podías pedir otra cosa. ¿Que nos ponía a hacer trabajos de albañilería? Sí, pero era también aprender un oficio. Tiene uno que ver más lo bueno que lo malo y lo bueno es que tuve estudios, tuve mi familia, salí felizmente casada y ahora tengo una vida hecha y derecha”. Niega cualquier tipo de abusos sexuales o trata de personas. “Mamá Rosa como mujer y como madre, la mejor”, concluye.
Casos de éxito
Víctor Escamilla convive con un grupo de jóvenes afuera del cordón policial que cerca el albergue. Vino a apoyar a Rosa, a ver a viejos amigos, y a que su pareja, Sandra Verónica Aparicio, recupere sus papeles. Ambos crecieron en el orfanato. También eran niños de la calle. Escamilla es michoacano y un señor lo llevó al verlo vagar solo con seis años. A Sandra la trajeron desde el DIF de la Ciudad de México. Ambos alegan que muchas de las cosas que se han dicho estos días no son ciertas.
“Sí era estricta, tenía que lidiar con 600 o hasta 800 chavos. La comida sí estaba mala muchas veces, pero hay que entender, nos la traían a toneladas y en lo que nos la comíamos se descomponía. De los supermercados nos daban lo que estaba apunto de caducar, y claro, caducaba. Otras veces había aguacates y pasábamos días comiendo puro aguacate o 9 plátanos al día”, cuentan y se les escapa la sonrisa.
“Al menos teníamos un techo. Me enseñaron a valerme por mi mismo y me dieron las armas para salir adelante”. Víctor tiene 29 años y salió hace siete. Asegura que si es cierto que Verduzco le puso peros para irse cuando tenía la mayoría de edad, y él aceptó concluir la carrera de música. Salió a los 22, y Sito, uno de los trabajadores del albergue a quien varios jóvenes dentro de la casa han señalado como violador en sus declaraciones a la PGR, le acompañó a Guadalajara y de ahí el buscó a un amigo que lo acogió. “Yo no supe de abusos nunca, para mi Sito fue un buen hombre como todos los que ahora están detenidos. Algunos cometieron errores, pero los están tratando como criminales”, arguye.
Víctor tiene ahora su propia una escuela de música en Zapopan. Cuando salió acreditó su certificado de maestro de música en la Universidad de Guanajuato. “Ahí como en todos los hogares hay reglas. Si es cierto que a veces te pegaban un sopapo, por no cumplir algo, si no entendías, también entre nosotros nos peleábamos. Es una comunidad y hay problemas, como los hay aquí fuera también”, insiste.
Ahora, además de en la Escuela que dirige, también da voluntariamente clases de música a un albergue de niños en Guadalajara. “Hay que devolver lo que a uno le dieron, ¿no?” Víctor vino a visitar a Verduzco el pasado 10 de mayo, día de Las Madres. Le trajo una gran canasta de frutas para que compartiera con los que él considera sus hermanos. Su pareja, Sandra, también llama a Rosa, Mamá. “No tengo otra, si no hubiera estado ahí 11 años, ¿qué sería de mi?”, aduce.
Sandra es reacia a hablar con los medios a la primera, le da pena, se tapa la cara. Salió del albergue hace solo seis meses. Víctor la anima y explica: “Cuándo sales estás inseguro, desconcertado. Yo tardé un año a adaptarme a la sociedad, ahí dentro estás a la defensiva y acá el trato es otro”.
Al final Sandra, ya suelta entre varios amigos, accede a conversar. Tiene 21 años. A los 18 empezó a insistirle a Mamá Rosa que quería irse, pero la señora no le daba confianza dejarla ir. “Con las mujeres, le cuesta más, piensa que se pueden aprovechar de nosotras”, dice. Hace seis meses logró que la madre de una amiga que había conocido en el albergue fuera por ella y se comprometiese a darle posada. Sandra empezó a trabajar, pero pronto reencontró a Víctor por redes sociales y decidieron juntarse. Ahora es ama de casa. Reclama sus papeles, que, como a muchos que esperan en las inmediaciones, no se los dieron. Los necesita para seguir estudiando, Víctor la apoya para que vaya a la universidad.
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