Ciudad de México, 14 de julio (SinEmbargo).- Lo que para Brasil sería una coronación que elevaría los niveles de popularidad de su gobierno y prácticamente garantizaría la reelección de la actual Presidente Dilma Roussef, se convirtió en una fiesta incómoda que no terminó con el equipo carioca alzando la copa de la victoria, sino con una selección humillada y derrotada ante sus aficionados y un país enfurecido por sus carencias y diferencias sociales.
“Ganar un Mundial brinda bienestar psíquico y nacional. Los brasileños podrán ahora tener un autoestima lastimada, pero el Mundial y el futbol a pesar de tener una gran influencia dentro de la cultura brasileña, no deja de perder su lugar de juego”, consideró Samuel Martínez López, académico del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana.
La fiesta para los brasileños empezó en el gobierno del Presidente Luis Inácio Lula da Silva (2003-2010), quien con su política social dio un impulso decisivo al desarrollo económico del país, que según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, logró que el número de pobres bajara de 49 millones a 16 millones y que la clase media aumentara en 13 millones.
Sin embargo, para su discípula y sucesora, la actual Presidente, Dilma Rousseff, las cosas no fueron tan fáciles: los indicadores económicos empezaron a caer y las protestas sociales a crecer, por lo que el gobierno buscó la organización del Mundial de Futbol 2014 y de la Olimpiada de 2016 como un mecanismo para generar fuentes de empleo y atraer ganancias, pero lejos de ello, la primera de estas justas deportivas detonó una serie de problemas de infraestructura, y persiste la duda de si el país obtuvo las ganancias estimadas.
Rousseff, realizó el mundial más caro de la historia con un costo de unos 14 mil millones de dólares, de los cuales aún no queda claro cuánto terminó pagando el brasileño promedio con sus impuestos y cuánto las empresas privadas.
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Tan sólo la construcción de nuevos estadios absorbió una cuarta parte de los costos. De los 12 estadios acondicionados sólo se necesitaban ocho, según advirtió la propia FIFA, y la planificación se realizó de una manera que la mitad de la obra de infraestructura urbana y de transporte fue calculada para entregarse después del Mundial.
Cifras del gobierno brasileño destacan que la Copa aceleró inversiones en las principales ciudades del país, donde se invirtieron 8 mil millones de reales en 42 proyectos de movilidad urbana que beneficiarán a 62 millones de personas.
Reportes de prensa señalan que el BNDS (Banco Brasileño de Desarrollo) financió a casi todas las empresas que ganaron las obras de infraestructura y que, todas ellas, subsidiaban al Partido de los Trabajadores (PT), que postuló a Lula y al que pertenece Rousseff [se calcula que por cada dólar donado han obtenido entre 15 y 30 dólares en contratos].
“No es de extrañar que la protesta popular ante semejante derroche, motivado por razones publicitarias y electoralistas, sacara a miles de miles de brasileños a las calles y remeciera a todo el Brasil”, publicó ayer el escritor Mario Vargas Llosa, en una opinión publicada por el diario español El País.
Sin embargo, de acuerdo con la agencia Euromericas, líder en marketing deportivo, la FIFA obtendrá el 95 por ciento de los ingresos que produzca Brasil 2014, es decir, cerca de cuatro mil 900 millones de dólares, lo que rebasa lo obtenido en los mundiales de Sudáfrica (3 mil 200 millones) y Alemania (2 mil 700 millones), lo que también despierta suspicacias sobre cuáles serán las ganancias reales para el país de Rousseff.
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