Guadalajara, Jalisco, 6 de diciembre.- “Soy un revolucionario lleno de reumatismo y si me estuviera dado vivir dos vidas, volvería hacerlo al servicio de lo que siento”, fueron las palabras con las que el Presidente de Uruguay, José “Pepe” Mujica, cerró el discurso de más de 45 minutos con el que agradeció el premio “Corazón de León”, otorgado por la Federación de Estudiantes Universitarios de la Universidad de Guadalajara.
Se trata de un galardón que ya ha sido recibido en ediciones anteriores por la periodista Carmen Aristegui, el poeta Javier Sicilia y el padre Alejandro Solalinde, entre otros, y que el mandatario sudamericano agradeció primero con lágrimas luego de un texto conmovedor a cargo de José Alberto Galarza –presidente de la FEU- y después con un discurso hablado que fue interrumpido varias veces por aplausos y gritos de la concurrencia.
La ceremonia se llevó a cabo en el Auditorio Salvador Allende de la Universidad de Ciencias Sociales y Humanidades, que se quedó pequeño para la gran cantidad de gente que quería ver de cerca a Mujica, un hecho que obligó a colocar una pantalla gigante en la explanada del recinto educativo, donde más de medio millar de jóvenes le dio la bienvenida al grito de “¡Pepe! ¡Pepe!”, además de cantar consignas a favor de la aparición con vida de los 43 estudiantes desaparecidos de la normal de Ayotzinapa y pedir por la renuncia del Presidente Enrique Peña Nieto.
El 2 de diciembre de 1972, Salvador Allende dio un discurso histórico en el mismo auditorio donde hoy el mandatario uruguayo, vestido sencillamente, de saco claro y sin corbata como es su costumbre, pareció tomar la posta política en una visión del continente que concibe la unidad latinoamericana, con México como parte activa, como la gran salida a los males que aquejan a los países del área.
Precisamente, ese sentido común elogiado vivamente hoy por el titular de la FEU, José Alberto Galarza, cuando dijo aquello de que “Pepe trabaja a favor del sentido común y en contra del sentido del orden”, es lo que esgrimirá Mujica en la inminente Cumbre de Jefes de Estados que inicia el lunes en Veracruz. Antes se dará tiempo para charlar este domingo a las 9 horas con el periodista mexicano Ricardo Rocha, en el marco de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, que concluye mañana en esta ciudad.
Llano, franco y divertido, con un argot lleno de refranes populares y el hablar pintoresco que es característico en el sur del continente, José Pepe Mujica, quien en 2015 termina su elogiado mandato y le pasará el testigo a su compañero del Frente Amplio, el “reincidente” Tabaré Vázquez, reciente ganador en segunda vuelta de las elecciones en Uruguay, habló de la esperanza, la concentración de la riqueza y de vivir la vida respetando un rumbo, un sentido. Su visión se trata de una izquierda humanizada que, al discurso hiperpolítico que se usó en los ’70, incorpora conceptos de la “new age”; habla de justicia social, sí, pero también de felicidad, de una vida interior y de la recuperación de la esperanza.
En ese sentido, el de la esperanza, Mujica, nacido en Montevideo el 20 de mayo de 1935, consideró que es un “verdadero peligro” creerse todos los elogios de que fue objeto por parte primero del rector de la Universidad de Guadalajara, Tonatiuh Bravo Padilla y luego por el citado Galarza. “En el halago y en el calor con el que me reciben aquí –dijo el Presidente enjugándose las lágrimas- veo la necesidad de esperanza que hoy vive México. Hay que creer en algo cuando muchas cosas se derrumban, así que ustedes lo que están haciendo es agarrarme de pretexto para manifestar la esperanza que necesitan para vivir”, afirmó. “Somos animales gregarios, somos sociales y utópicos. De las 50 ciudades más peligrosas del mundo, 41 son latinoamericanas. ¿Por qué nos pasa esto?”, se preguntó.
La respuesta la encontró el antiguo militante de izquierda que estuvo encarcelado durante la dictadura en Uruguay en “la excesiva concentración de la riqueza” y en “la falta de decisiones globales” que apunten a combatir ese fenómeno. Para “Pepe” Mujica, la labor de un mandatario consiste en controlar esos capitales millonarios, pero sin dejar de ofrecerles ciertas ventajas que les permita quedarse en el país y con ello poder dar trabajo y bienestar a las clases menos favorecidas. “Los controles los tenemos que hacer en todos lados. Porque si se espantan en un país, se van a otro donde encuentran mejores condiciones”, explicó, al tiempo de exhortar a una mayor conciencia individual en torno a cómo nos ubicamos frente a la sociedad de consumo.
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