(26 de junio, 2014).- Desde que el fútbol se ha convertido en el deporte más popular del mundo, se ha establecido entre éste y la política una relación que puede ser vista desde una triple perspectiva.
Primero, el fútbol como ejercicio puede ser visto como la actividad que sustituye a la guerra entre naciones ya que enfrenta en duelo a dos o más de éstas sin necesidad de un sólo disparo, pues en su lugar, se hacen buenos o malos “tiros” con balones dirigidos a entrar en alguna de las dos porterías situadas en dos extremos del campo. La analogía no es causal, pues en el lenguaje futbolístico es posible identificar una serie de palabras propias de la terminología bélica, como campo de batalla, medio campo, estrategia, disparo, tiro, equipo enemigo, escudo, bomba, ofensiva, defensiva.
Permite también, como se ha afirmado desde la psicología, y particularmente el psicoanálisis, el desfogue de las pulsiones agresivas que llevan a los varones a matarse unos a otros. Posibilita además el deshago de las tensiones provocadas por el estrés cotidiano, los bajos salarios, la falta de empleo y de oportunidades, los malos servicios o la falta de éstos, etcétera, con un evidente beneficio para quien gobierna, toda vez que la energía que podría dirigirse a demandar mejor nivel de vida, mayores presupuestos destinados al gasto social, generación de empleos, aumento salarial, se canaliza y anula en un partido de fútbol.
Segundo, abona a la consolidación de la identidad nacional cuando se llevan sobre el pecho los colores del uniforme que representa a la “Selección Nacional”, colores tomados a su vez de la bandera que, como símbolo patrio, es el máximo exponente de la nacionalidad construida, por lo general, después de una revolución, una guerra, una declaración de independencia. Además, no “irle” al equipo que representa al país de origen puede incluso ser considerado como una traición a la patria.
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