San Cristóbal de las Casas, Chis.- El viernes 4 de octubre de 2013, Susana Hernández, de 26 años, ingresó al Hospital de la Mujer en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, con trabajo de parto tras 39 semanas de embarazo. El médico del centro de salud que la había atendido hasta entonces la mandó al hospital tras verificar que la bebé venía en mala posición. Dos días después, Susana fue entregada muerta a sus familiares.
A esta joven indígena tzotzil se le había practicado una cesárea de emergencia tras casi 36 horas sin ser atendida, además de una salpingoclasia y la extracción de la vesícula sin su consentimiento y sin que la familia fuera notificada. El subdirector del hospital, Francisco Lara, informó al esposo de Susana, Romeo Pérez, que la bebé había nacido “bien y sana”, pero que su esposa no había “aguantado” las operaciones. “No somos dioses para hacer milagros”, espetó ante el azoro de la familia
Tras 10 meses del fallecimiento de Susana, la familia exige respuestas que no llegan, a pesar de una denuncia penal ante la Procuraduría General de Justicia del Estado de Chiapas y una recomendación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Asesorados legalmente por el Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE), el viudo de Susana exige una disculpa pública, investigación y sanción de los responsables, y reparación moral del daño.
Todo lo que podía salir mal, salió mal
Desde que ingresó al hospital el 4 de octubre de 2013 a las 3 de la tarde, Susana quedó condenada, de acuerdo con los testimonios de la familia y de enfermeras entrevistados:
No permitieron que su suegra Lucía la acompañara porque no hablaba español y la corrieron del hospital con malos tratos. No revisaron el expediente médico del control prenatal que indicaba sus 39 semanas de embarazo y la mala posición del bebé, y le calcularon 34 semanas y un bebé prematuro. La dejaron esperando desnuda en una camilla en una de las salas de emergencia, para “demorar el parto”. Cuando por fin le hicieron estudios y comprobaron sus 39 semanas de embarazo y la necesidad de practicarle una cesárea, el sábado 5 de octubre a las 11 de la noche (último día que la vio viva su esposo), postergaron seis horas la operación para atender a una paciente más grave que ella. Después de operada el domingo a las 5 de la mañana, el médico informó a la familia que la bebé había nacido sana y que Susana estaba estable, pero delicada, y que la podrían ver en tres horas. Permitieron que la familia festejara afuera del hospital. Finalmente, a las 11 de la mañana de ese domingo, el subdirector del hospital informó que Susana había fallecido.
“Cuando por fin nos dejaron entrar íbamos contentos al cuarto 17, que era donde estaba ella, pero nos dirigieron al quirófano donde la habían operado. Ahí el doctor nos leyó un documento: ‘bebé nació bien, niña sana, pero desgraciadamente su esposa falleció porque no aguantó las operaciones’. ¿Cuáles operaciones? ¿Por qué le quitaron la vesícula, por qué le ligaron las trompas, por qué tenían qué hacer todo eso? Llegaron al grado de asegurar que Susana autorizó las operaciones con su huella digital, cuando ella sabía leer y escribir perfectamente”, cuenta Romeo.
La tragedia estuvo a punto de no terminar ahí. Una vez en casa, la bebé se puso grave y tuvo que ser atendida en una clínica particular, donde le dieron al papá todas las indicaciones para el cuidado de su hija que omitieron en el Hospital de la Mujer.
María de Lourdes, enfermera del Hospital de la Mujer de San Cristóbal de las Casas, explica que el caso de Susana no es el único. El hospital no está certificado por la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios, ni cuenta con instalaciones ni personal para atender a pacientes de los 18 municipios de los Altos de Chiapas.
“Tenemos ocho camas y una sola enfermera por turno para atender a pacientes de los 18 municipios. La red de energía eléctrica no sirve, la red de drenaje tampoco, hay goteras en los quirófanos. No hay unidad de cuidados intensivos y las salas de recuperación parecen de hospitalización. Llevan ocho meses remodelando la sala de gineco-obstetricia y no terminan. La supervisora nos dice que tenemos que acostumbrarnos a trabajar con lo que hay; por eso tenemos miedo, porque si se nos muere un paciente nosotras somos las primeras responsabilizadas. El caso de Susana es de una paciente que fue mal valorada y, por lo tanto, mal atendida”.
Martha, también enfermera, indica que a este hospital “habría que tirarlo y volverlo a hacer” por todas las fallas que tiene.
“Si me quedo callada y no denuncio lo que pasa, me voy a la cárcel o se me cae el hospital encima. Cuando las pacientes llegan al segundo nivel de atención es para morirse, porque ya pasaron una semana con un parto no atendido. No queremos quedar como los malos, cuando somos los que hacemos milagros con lo que tenemos. No queremos ser cómplices”.
De acuerdo con datos de GIRE, de las mujeres fallecidas durante 2012 por muerte materna en Chiapas, siete de cada 10 murieron en una clínica u hospital federal o estatal y ocho de cada 10 contaron con asistencia médica.
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