El proyecto que has trabajado tantas horas con ahínco y pasión por fin tendrá un foro a su medida. Te han dicho de todo: Que si el gobierno estatal te ve es para implementarlo; que cuides que no te roben la idea; que uses un código de vestido adecuado para la ocasión pero que no exageres en la elegancia, dice el diputado Pedro Kumamoto.
Repasas tus líneas, preparas tus argumentos, sientes un atisbo de confianza. De la recepción te llaman, te dicen que pases al despacho, las puertas se abren y ves a esa persona que gobierna al estado en su escritorio. La presentación inicia.
Ahora, me gustaría hacer un par de preguntas: ¿la persona que te atendió en la recepción era un hombre o una mujer? ¿La persona que gobierna el estado es un hombre o una mujer? Este pequeño relato lo he narrado en una docena de conferencias. En todas las ocasiones la inmensa mayoría de la audiencia describe a una mujer en la recepción y señala que un hombre ocupa el puesto de gobierno.
Y la última pregunta ¿qué refleja de nuestra sociedad este tipo de concepciones? Muchas personas creemos que es algo grave que se reproduce en todos los aspectos de la vida.
Recuerda esos días en que alguna amiga o compañera te ha contado que ha experimentado violencia al subir al camión, al transitar, al comer… Al vivir. Escribiendo esta columna caigo en cuenta que no conozco a una sola mujer en esta ciudad (Guadalajara) que no me haya compartido su vivencia de acoso callejero. Y eso, es grave.
Somos una sociedad que vive el machismo en todos sus niveles y expresiones de manera cotidiana y todavía nos cuesta trabajo identificarlo. Minimizamos sus alcances, minimizamos a sus víctimas, minimizamos sus procesos y defendemos su lógica criminal: “Ella se estaba vistiendo provocativa. Ella estaba sola en la noche. Ella incitó a su atacante. Ella traía tacones. Ella se lo buscó.” Pensar eso es grave.
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