(4 de agosto, 2014).- Desde mediados del 2013, narran habitantes de la colonia Lázaro Cárdenas que, en Tlalnepantla, Estado de México, los vecinos de la zona comenzaron a desaparecer, así, de repente, como si se los tragara la tierra. En esas “desapariciones” fugaces, encontraron que cada viernes, sábados y domingos, debían de guardarse al interior de sus casas para evitar ser absorbidos en esa marejada de terror y silencio.
En cada uno de estos episodios, dirigidos especialmente hacia comerciantes y pequeños empresarios, también notaron que sus bolsillos comenzaban a enflacar y sus parpados a colgarse de angustia. Junto a ellos, la impotencia comenzó cosecharse a raudales; se acumuló en la parte alta del estómago.
Caravanas de camionetas con vidrios polarizados, en cuyo interior viajaban hombres encapuchados y armados, se apostaban a las afueras de algún hogar que previamente han seleccionado. Esperaban. Por días hacían una amenaza, otra y otra, por allá la extorsión. Si las víctimas mostraban rebeldía para acatar las órdenes, no pasa ni una semana e inmediatamente lo secuestraban. Cuando el objetivo salía hacia el trabajo o las actividades cotidianas, a punta de golpes e insultos, lo introducían en la batea del vehículo. Arrancaba así, musicalizado el horror, un rechinido de llantas: “ahora si te cargó la chingada hijo”.
Entre casas escondidas, llamadas telefónicas amenazantes y la ignorancia de las autoridades en cuestión, los captores amagaban a la familia y les vaciaban todo lo que podían: casas, autos, dinero y joyas. Siempre solían barrer con lo más valioso. Durante el amago, además, solían amenazar a la víctima con volarle las orejas o alguno de los veinte dedos. Entonces… uno a uno, cargaban con su tragedia como podían. Cada semana decenas de familias enteras desembolsaron su “dinerito” para mantener a esas personas “sin escrúpulos” que sin más les exigían: “me debes 50 mil”, “100 mil” o hasta “1 millón de pesos”.
Los más cínicos habían creado un sistema de crédito: si alguno de los capturados no tenían dinero, constante y sonante, no había problema, podían pagarle a la mafia en abonos.
“Nosotros empezamos a notar que desde medidos del 2013, la ‘plaza’ comenzó a calentarse. Nosotros sabíamos de asesinatos y cosas relacionadas con el narcotráfico. Es decir, de repente ejecutaban a un narcomenudista y que luego venía un nuevo cártel y ponía a los suyos. El problema comenzó cuando se empezaron a meter con la gente de aquí; gente muy querida y conocida en la colonia. La verdad, hasta que iniciaron los secuestros nosotros (nos) dimos cuenta de la dimensión del problema que teníamos en las manos”, dice uno de los habitantes que pide el anonimato por motivos de seguridad.
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