Las imágenes del albergue La Gran Familia de habitaciones con colchonetas mugrientas y cobijas malolientes sobre literas de fierro, que tantas veces se han difundido desde el martes; se menosprecian al llegar a la esquina de los cuartos, donde rezuman tazas descompuestas repletas de heces y que pierden agua. La indignación aumenta al ver como niños y jóvenes siguen habitándolos, mientras policías, recogedores de basura, médicos y trabajadores del DIF revolotean arriba y abajo aplicando inyecciones, sacando toneladas de ropa, máquinas de escribir, computadoras o víveres de las bodegas.
Las autoridades aseguran que ya desecharon 20 toneladas de basura de lo que durante cuarenta años fue el hospicio de la controvertida Rosa del Carmen Verduzco, también apelada Mamá Rosa o La Jefa. Lavaron salones y los baños comunes. Pero, ¿porqué dejar las habitaciones del área varonil –que fueron a las que nos dieron acceso– en condiciones de insalubridad? Animal Político contó al menos cinco piezas dónde decenas de muchachos todavía conviven, literalmente, con la mierda. Los reporteros nos llevamos las mismas fotos el día del operativo, el martes 15, que el viernes 18. Ahora, en lugar de 19 o 21 chicos en esos cuartos, cómo eran antes del cateo, duermen solo una decena en cada uno. Al resto lo trasladaron a lo que fue el comedor, con colchonetas y cobijas limpias. Hay otros cuartos más pequeños, dependiendo de las instalaciones, hechas originalmente como una escuela.
“No teníamos con qué lavar”–alegan los muchachos. En algunos cuartos tienen trapeador, pero aseguran que La Jefa, apenas y les daba jabón.
“Aquí si querías algo lo tenías que comprar en la misma tienda de ella”, explica Juana, una joven que lleva más de siete años interna. Llegó a los 11 porque su madre, viuda y con dos hijos, no sabía qué hacer con aquella niña desobediente. Le dijeron que ahí la iban a corregir. Y según Juana, le fue “pior”. Al principio asegura que la trataron bien, pero luego empezaron los golpes. De otros jóvenes, o de la propia Jefa si no se portaba a su parecer.
“Era una persona muy estricta con nosotros, pero luego era muy corrupta. Siempre que tenía visita, nos vestían de gala, nos hacían quedar bien, íbamos con la orquesta, la sinfónica, el mariachi, pero todo tenía que ser como a ella le gustaba. Si no, luego nos agarraba a cachetadas. ¡Y tenía la mano bien pesada!, me hinchaba el cachete y a veces hasta me dejaba moretes”, confiesa Juana.
¿Venderlos y venderles?
En diciembre pasado cumplió los 18 años pero no la dejaba salir hasta que su madre no pagase 40 mil pesos para llevársela. “¿Cómo los iba a pagar si con esfuerzo apenas podía pagar la colegiatura, 200 pesos cada 4 meses?”, espeta.
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