(CNNMéxico)— El proceso electoral brasileño ha dado giros inesperados, arrojando cada vez más incógnitas en torno a un contexto insólito que se destazará el 5 de octubre en una primera vuelta electoral.
El fallecimiento del candidato Eduardo Campos, del Partido Socialista Brasileño (PSB), en un accidente aéreo fue el acto más sorpresivo que permitió la entrada de Marina Silva a la carrera presidencial, la contrincante que le está quitando el sueño a la misma presidenta Dilma Rousseff.
Un duelo entre dos mujeres —ambas exministras y allegadas de Lula da Silva— que obligan a sus maquinarias políticas a enfilarse hacia una segunda ronda electoral.
La campaña electoral no se pudo despegar de las protestas sociales como producto de la fiebre mundialista del futbol, la recesión económica y los escándalos de corrupción —el último, de Petrobras—. El alza de precios de los productos y servicios, especialmente del boleto de autobús, ensalzaron los ánimos ciudadanos y generaron una ola de revueltas iniciadas desde 2013.
Ni siquiera la euforia mundialista pudo ocultar el descontento, por el contrario, el movimiento Pase Libre evidenció el derroche multimillonario en estadios y otras instalaciones deportivas, la oportunidad capitalizada por los jóvenes indignados y las clases trabajadoras que han puesto en entredicho la capacidad económica del Estado para materializar la revolución de las expectativas, la generación de una nueva clase media que demanda satisfactores básicos pero que encuentra su punto más flojo en el estancamiento de su bolsillo.
Bajo la vitrina internacional, Brasil se quedó cojo en presumir sus grandes logros y aspiraciones globales, pronto se desenmascararon las asignaturas pendientes que arrastra la misma presidenta Rousseff, especialmente la marcha de la locomotora brasileña, la economía que de acuerdo a cifras del Banco Mundial, se ha ralentizado al perder 1,7 puntos del 2011 al 2012 y para 2013 tan solo recuperó 1,5. En los últimos años de la presidencia de Lula (2009-2010), la economía creció 8.3 puntos, ¡el comparativo es dramático!
Hay que recordar que Lula le heredó a Dilma un país con un posicionamiento internacional ascendente, sobre todo por las condicionantes favorables de la economía mundial y por los índices de la reducción de la pobreza. En 2001, el 37.5% de los hogares brasileños se encontraban en pobreza, para 2011 estos se habían reducido a 20.9 según la CEPAL.
El expresidente brasileño no solo logró paliar la pobreza extrema sino aumentar significativamente la clase media, gracias a programas sociales tan destacados como Hambre Cero y Bolsa Familia. Sin embargo, el triunfalismo de la clase política brasileña encuentra actualmente sus hoyos negros en la inflación, desempleo, endeudamiento y la desigualdad entre personas y regiones.
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