Por María Fernanda Tapia*
A las 8 causas de la violencia en México que enumeró la CIDH yo le agregaría una novena, tan arraigada en la cultura mexicana que quizás por eso les pasó desapercibida, y sin embargo, esencial para agudizar el problema: el culto a la narcocultura.
El viernes, familiares y abogados del “Chapo” Guzmán iniciaron una huelga de hambre para exigir el respeto a los derechos del capo. Desde días antes, José Luis González Meza, su representante legal estuvo convocando a la ciudadanía a unirseles en la protesta. La invitación no resulta tan descabellada como parece, y no dudo que haya habido quien pensó en apoyar la causa. Y es que en algunos lugares de México “El Chapo” es un ídolo, una especie de héroe nacional. Baste decir que unos días después de su recaptura había gente protestando en Sinaloa, uno de los estados más afectados por la violencia de los cárteles, para que lo liberaran. ¡Ay, México!
La cosa no para allí; hasta el día de hoy en todos los tianguis culturales desde Tepito hasta Culiacán es posible encontrar infinidad de productos como gorras, mochilas y camisetas con la cara del narcotraficante más famoso del país. Es un buen negocio, tanto que la hija del líder ya registró su nombre como marca para cuatro tipos de productos, entre ellos joyas, relojes, cuero, maletas, juguetes y adornos de árboles de Navidad. Y creanlo o no, ha recibido peticiones de permisos para utilizarlo.
La narcocultura se manifiesta en los corridos, que en ausencia de héroes como los de la Revolución ahora ensalzan a los narcos y llenan estadios al recitar sus “hazañas”; en las 3 temporadas de “El Señor de los Cielos”, las 2 de “El cártel de los sapos”, las 5 de “Breaking Bad” y la primera y exitosísima de “La Reina del Sur”, así como en películas al estilo de “Sicario”, “La Cheyenne sin placas”, “El cártel de Sinaloa”, el boom taquillero que hubiera sido la película del “Chapo” si Kate la hubiera completado; y más importante aún, en las aspiraciones de cientos de jóvenes mexicanos de formar parte de ése mundo y protagonizar sus propias aventuras para ser cantadas por el Kommander.
Un estudio de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) realizado a estudiantes de secundaria de todo el país reveló que 26.3% de los casi mil 400 jóvenes entrevistados creen que a los personajes a los que sus amigos quisieran parecerse son los narcos o sicarios.
Por acá los llamamos “chakas” y abundan tanto que ya pueden considerarse una subcultura, con sus camionetas enormes (o incluso autos viejos, depende de lo que tengan, pero eso sí, con los vidrios polarizados), corridos a todo volumen, lentes oscuros y actitud de “machos dominantes”, rodeados de chicas que disfrutan de la cerveza, los arrancones y la adrenalina de imaginar que forman parte de una especie de élite.
Lo más preocupante es que esta admiración por la figura del narco se traduce en que muchos jóvenes buscan por cuenta propia unirse a los cárteles y hoy por hoy, el rango promedio de edad entre halcones, minoristas, sicarios y productores de droga no supera los 25 años, en tanto que la violencia es la principal causa de muerte entre varones de esa edad. Y falta contabilizar cuántas modelos y reinas de belleza han fallecido en un ajuste de cuentas de sus parejas.
La narcocultura te enseña que manejar un arma y huir de la policía es adrenalina, que se puede ganar dinero a raudales de forma fácil trabajando para los cárteles y que ser como “El Chapo” te convierte en una celebridad, con la autoridad para hacer lo que se te le da la gana aún en contra de la ley, negociar con los políticos, casarte con una Miss Sinaloa y coquetearle a actrices de la talla de Kate del Castillo. ¿Atractivo, no? Especialmente si creciste en un ambiente de pobreza con pocas oportunidades de salir adelante.
Para atacar el problema del crimen organizado de raíz, el enfoque no debe estar sólo en saturar las cárceles con elementos de poco rango que pronto serán sustituidos (ya lo dijo el mismísimo Guzmán Loera, hasta él es reemplazable), sino ante todo, en proteger a los jóvenes para que dejen de involucrarse en ese mundo.
Se podría, por ejemplo, prohibir los narcocorridos en todo el país como ya se hizo en algunos estados. En lugar de recortar 3660 millones a Educación Pública y 900 millones a la Secretaría de Ciencia y Tecnología, invertir en programas de becas para garantizar mejores oportunidades y fomentar las actividades científicas, deportivas y culturales, especialmente en municipios de bajos recursos. Capacitar a maestros de secundaria y preparatoria para dar clases de ética y enseñar el pensamiento crítico. Hacer series que reflejen la cruda realidad de la violencia del narco en lugar de ensalzarla. En pocas palabras, educar a la población. Como si fuera un slogan de Gandhi: leer, educarte, evitará que quieras ser como El Chapo.
*Twitter: @FerTap_01
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