(11 de septiembre, 2014).- Cerca de 12 mil chilenos se exiliaron en México durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), según estimaciones de Hijos por la Identidad y la Justicia, contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S.). La Comisión Valech fue un organismo chileno creado para esclarecer la identidad de las personas que sufrieron privación de libertad y torturas por razones políticas durante el periodo de la dictadura, y presentó un informe que documentó más de 40 mil víctimas de tortura, prisión, muerte o desaparición durante ese periodo.
Salvador Allende (1908-1973) encabezó el proyecto que buscó instaurar el socialismo por la vía democrática. Su programa de gobierno contempló la construcción de un Estado popular y una economía planificada de corte estatal, que finalizaría con el golpe de Estado de 1973. Allende fue cuatro veces fue candidato a la Presidencia de Chile: 1952, 1958, 1964 y 1970. Lograría la victoria en la última oportunidad. Su presidencia tuvo un capítulo final en el golpe de Estado orquestado por Augusto Pinochet el 11 de septiembre de 1973.
Dejar a mi país y ser exiliado es dejar, de un día para otro, olores, gente, amigos y familia. Estuve en el golpe de Estado, viví los momentos previos de Unidad Popular (conglomerado compuesto por los partidos Socialista, Comunista, Radical, Socialdemócrata y MAPU [Movimiento de Acción Popular Unitario]).y estuve un año después del golpe. Abandoné Chile cuando tenía 23 años, dejando atrás a mi papá –un militar retirado– y a una mamá campesina.
Aquella mañana del 11 de septiembre de 1973, en Santiago, todo era muy extraño. Yo me alistaba para ir a trabajar: era profesora de niños chiquitos. Yo cruzaba el río Mapocho para llegar al trabajo. Cuando cruzaba por ahí todas las mañanas, era muy claro ver el barrio alto, de dinero, y el barrio de los de abajo. Yo venía, por supuesto, del barrio de los de abajo.
Recuerdo que esa mañana por la radio nos decían que todos los trabajadores teníamos que estar en nuestro puesto de trabajo. Al cruzar el Mapocho tenía que atravesar el Parque Forestal. Eran ya como las 11 de la mañana y el cielo estaba lleno de helicópteros y aviones. Casi llegaba a La Alameda cuando ya habían bombardeado el Palacio de La Moneda.
Yo caminaba cuando pasó una bala y me rozó, sólo escuché su silbido. Poco a poco, la calle de La Alameda se empezó a llenar de tanques. Empecé a tener un miedo y… no alcancé a llegar al trabajo.
Todo era oscuro después del bombardeo. El miedo inundó Santiago y muchas otras ciudades. Se escuchaban helicópteros y aviones. Pusimos la radio y había sólo marchas militares; era un ambiente caótico, de mucho miedo.
Cerraron tres días La Alameda para “limpiarla”: estaba llena de cadáveres, más todos los que llevaron al Estadio Nacional. El golpe de Estado fue brutal, terrible, salvaje. Barrieron a la gente en la calle, la mataron. En una dictadura aparece lo más siniestro del humano y algo que marca a todos: el miedo.
El 14 de septiembre me presenté a trabajar. Me encontré con la sorpresa de que tenías que cantar el himno nacional con una estrofa dedicada a los militares; todos los maestros la cantaban, menos yo. A lo mejor era una pelotudez, pero era un acto de decir ¡no! y mostraba que no.
Un buen día, el director de la escuela, que era uno al que habían puesto después del golpe, me dijo: “Angélica, se tiene que ir porque la están buscando”. A los dos días estaba en Buenos Aires.
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