Por Carlos Álvarez AC*
A muchos de ustedes les sonarán nombres y apellidos como los de Mireles, Nestora, Kate del Castillo, Elba Esther. No son santos, pero tampoco está en nosotros el juzgarlos. Se supone que en un país democrático y moderno, como dicen que es México, debería de existir un sistema judicial eficiente e imparcial, sin mano negra política, a la altura de las circunstancias históricas y al nivel de las necesidades sociales.
Pero no. Mireles, Nestora, Kate del Castillo, Elba Esther, todos, tienen algo en común: no ser “cuates” del presidente de la República. Por ello algunos están encarcelados, son presos políticos, o son actualmente perseguidos por la “procuración de justicia”, con una saña que sólo se ve contra alguien que se considera un enemigo.
En este país, los mandatarios son duales y rencorosos: o estás con ellos o contra ellos. Si no estás con ellos te toca persignarte y encomendarte al santo de tu devoción. Pero si estás con ellos, con el sistema, con el grupo en el poder, entonces serás protegido y eximido hasta las últimas consecuencias, de cualquier carga, obligación, culpa o delito que hayas podido cometer.
Así es este país, que protege a los Moreira, a los Marín, a los Salinas, a los Duarte (al de Veracruz y al de Chihuahua), a Arturo Escobar (el del Verde), al “niño verde”, a Rodrigo Medina, a Fidel Herrera, a Yarrington, así como a todos los corruptos y delincuentes que maman hasta la última gota de la ubre inagotable del presupuesto público.
México sigue teniendo “hambre de sed y justicia”, como dijo el finado Colosio en su célebre discurso de campaña, mismo que al parecer los priistas sólo escuchan y leen en cada aniversario luctuoso de su ex candidato presidencial.
No, en México el pueblo sigue estando hambriento de justicia. Lo ha estado siempre. En este país lo que hay es una tiranía que se ejerce bajo las sombras de las leyes. Una sistema judicial de pura apariencia. Aquí, en esta Nación, parece no importar que los ministros, familiares y amigos del mandatario se enriquezcan de forma inexplicable y de forma claramente ilícita.
Videgaray, Osorio Chong, Angélica Rivera, Juan Armando Hinojosa (de grupo Higa), y otros muchos, entre ellos el propio presidente Enrique Peña Nieto, forman un pequeño gran club de “cuates” que se van cubriendo las espaldas los unos a los otros, sin ningún cargo de conciencia o carga moral, mucho menos ética o jurídica.
No importa, por ejemplo, que Alfredo Castillo haya sido comisionado de no sé qué madres en Michoacán y que su trabajo allí resultara un desastre con saldo de muchos civiles muertos. No, el premio es enviarlo ahora a la Conade, a que disfrute de los eventos deportivos de forma gratuita, en asientos de lujo, con viáticos de todo un vip.
No importa que Ernesto Nemer exhiba relojes de 3 millones de pesos en reuniones oficiales que supuestamente buscan combatir la pobreza y la desigualdad del país. Tampoco importa que se tome una selfie y exhiba a un niño pobre mientras el menor le bolea los zapatos en Chiapas. No, que va. Ahora hay que premiarlo y ponerlo al frente de la Profeco. Al fin y al cabo pertenecen al club de los “cuates” del mandamás.
Sí eres un autodefensa entreguista, no importa que pertenezcas al narcotráfico, el Estado manejado por Peña y sus cuates te proveerá de uniformes y armas de uso exclusivo de las fuerzas armadas, para que puedas combatir a los cárteles enemigos, y por qué no, también a los autodefensas enemigos.
La justicia diferenciada, la de Peña Nieto, les sirve a ellos, no a nosotros, que tenemos que andar rogando porque seamos escuchados, o firmando peticiones online para presionar y a ver si nos hacen caso. Pero a veces ni así. Peña Nieto aprendió y aplica bien la máxima de su maestro político Carlos Salinas de Gortari: “ni los veo ni los oigo”.
Así es como únicamente se puede explicar la forma de ignorar los movimientos sociales y la presión nacional e internacional, en todos los círculos y extractos sociales, sobre el caso de los 43 muchachos desaparecidos en Iguala.
Por eso bien dicen que es más fácil soportar una mala conciencia que una mala reputación. La reputación y la aprobación de Peña está por los suelos, pero eso no importa. Lo que importa, para ellos, es que sus privilegios sigan intactos, aunque este país se caiga a pedazos y cada día estemos en peores condiciones de vida.
No, no estoy exagerando. Usted siente ese impacto negativo en su calidad de vida cuando va al súpermercado y ya no compra ni la mitad de lo que adquiría con la misma cantidad de dinero. Usted siente que todo está más caro, que todo está cada vez menos accesible. Usted me entiende, porque sí es “señora de la casa”, porque sí sabe cuánto subió un kilo de tortillas.
Todo esto es resultado de una mala implementación de políticas públicas, de funcionarios que están más preocupados por si serán los elegidos sucesores de Peña, los “tapados” para el 2018, que por realmente hacer su trabajo. A usted que es incrédulo hasta los huesos le querrán vender el choro que se aventó la “avispada” Andrea Legarreta en su programucho de “Hoy”, de que todo es culpa del extranjero.
¿Pero sabe usted qué es lo que me desmotiva? Que la movilización e indignación ciudadana no es suficiente. Que usted ni yo estamos haciendo mucho para que esto cambie, para que Nestora y Mireles salgan de la cárcel, para que Peña Nieto y sus secuaces paguen sus delitos, si la justicia, una que no esté coludida con el club de los “cuates”, así lo determina.
Yo no sé usted, pero yo sí estoy enojado, molesto con todo lo que está pasando. Ahora me hace falta canalizar esa frustración en actividades que logren pequeños cambios en mi entorno y en mi comunidad. Imagínese que todos sumamos esa energía. Otro país sería. Los corruptos temblarían.
Y ahora sí, como está sucediendo en Guatemala, ni el presidente, mucho menos su gabinete o sus amigos o socios, se salvarían de pasar por un proceso legal que garantizara la justicia, la que México se merece, no la que en la actualidad reciben los “cuatitos” de Peña Nieto.
*Twitter: @CarlosAlvarezAC Facebook: GuruPolitico
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