En los callejones de la zona norte, en la ciudad de Tijuana, Baja California, no sólo hay estadounidenses, pero son la fuerza básica. Muchos espectaculares están escritos en inglés y mientras caminas, los guardias de las cantinas te abordan con desenfrenados gritos de “beer and girl” —cerveza y niñas—.
Constantemente aparece alguien que pregunta de dónde eres, qué buscas, y a veces terminan por ofrecerte un chico, muy chico.
Carlos, un joven de 17 años —veterano según la lógica pedófila— señala que el negocio en Tijuana se cierra con un apretón de manos en cafés internet del centro de esta urbe fronteriza.
Los niños esperan jugando Candy Crush en una computadora, hasta que aparece un cincuentón grasiento, de doble papada y panza redonda. Aunque existe la creencia de que un niño vale más, la tarifa estándar va de los 20 a los 50 dólares toda la noche.
Después de ser prostituido durante siete años, a Carlos se le permitió salir del negocio. No hay mercado para un joven que recién ha contraído VIH.
Tijuana es destino para los turistas sexuales, hace un par de semanas Joel Wright, un seminarista de Ohio, quien había contratado un “guía de turistas” que le tendría preparadas en Tijuana a tres bebitas para que abusara de ellas, fue detenido por las autoridades de Estados Unidos en el aeropuerto de San Diego.
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