Por María Fernanda Tapia.
¿Todos los mexicanos somos corruptos? Al menos, así nos definimos. Y no me refiero sólo al hecho de que hemos sido nombrados “el país más corrupto del mundo”. Me refiero a la percepción que tenemos de nosotros mismos y que, en realidad, es el mayor obstáculo para combatir este mal.
¿Qué piensas cuando escuchas la palabra “Político”?
Tenemos un regionalismo bastante curioso: decir “político” es equivalente a decir “rata”. “Ladrón”, “vividor”, “truhán” y “corrupto” son otras acepciones generalizadas del término.
Con casos como el Moreira; Granier; las Casas Blancas de Peña Nieto y Videgaray; los desvíos de Javier Duarte y Rodrigo Medina; Hilario Ramírez, mejor conocido como el alcalde que “robó poquito” y un poco más atrás las cientos de operaciones estéticas de Elba Esther Gordillo cortesía del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación; el asunto de Raúl Salinas; el imperio policíaco del Negro Durazo y una lista demasiado larga para incluirla aquí, lo cierto es el apodo se lo tienen bien ganado. Sin embargo, definir “político” como rata es fundamentalmente incorrecto.
Para empezar, la palabra “política” proviene del griego “politikós”, que significa “de los ciudadanos” o “del Estado”. Para los padres de la democracia “politikoí” eran los asuntos concernientes a todos los ciudadanos; los políticos eran, por tanto, las personas interesadas en participar de la vida del Estado, en oposición a los “idiotes” que es como en un principio se llamaba a los “ciudadanos privados” a quienes no les importaban estas cosas y después a los “incultos”, convirtiéndose siglos más tarde en nuestra palabra actual “idiota”.
En resumen, todos los que votamos, pagamos impuestos y estamos pendientes de qué se hace con ellos, discutimos las leyes o al menos tenemos una noción de lo que nuestros diputados están haciendo y nos preocupamos por lo que pasa en nuestro país no somos “idiotas” y por tanto, somos “políticos”.
Por eso, dar por sentado que todos los políticos son corruptos equivale a decir que todos los mexicanos lo somos. Y digo somos porque a mí (y quisiera pensar que a ti también si estás leyendo esto) sí me interesa lo que están haciendo con mi confianza y mi voto los funcionarios públicos. Si tú no robas y yo tampoco, la afirmación resulta falsa. O al menos, una verdad a medias.
Tomando en cuenta las estimaciones del Banco Mundial, 9 por ciento del PIB cada año (alrededor de 347 mil millones de pesos) se diluye en corruptelas. Y no todas se dan en las altas esferas del poder:
Podríamos decir que en México existe una cultura de la corrupción. Y ésta se sustenta, más que nada, en dos factores: el típico, tan peligroso “todos lo hacen” y la baja confianza en el Estado y por tanto, en las leyes:
Pareciera que a los mexicanos nos cuesta mucho trabajo entender que ocupar un cargo público no es con el fin de ganar un sueldazo, aparecer en la tele, tener privilegios y hacer lo que se nos dé la gana con la ley y el dinero del erario, sino para trabajar en pro de una mejor sociedad y administrar los recursos disponibles con ese fin.
No se supone que estemos en contra del gobierno, se supone que cooperemos con él. Y eso sólo va a ser posible si en lugar de destruir a nuestros políticos en redes sociales nos ocupamos de restaurar esa confianza.
Exactamente eso busca la iniciativa ciudadana para reformar la Ley General de Responsabilidades Administrativas, mejor conocida como la Ley 3de3.
Básicamente, la propuesta es que todos los funcionarios públicos y candidatos hagan 3 declaraciones de transparencia: declaración patrimonial, declaración de impuestos y declaración de intereses, es decir, las relaciones económicas y comerciales que tienen con empresas u organizaciones para prevenir los famosos conflictos de interés.
A diferencia de la legislación actual, que les da la libertad de escoger si proporcionar o no sus datos, la Ley 3de3 busca que lo hagan “voluntariamente a fuerzas”; es decir, primero se les pide y si no lo hacen, se aplica una sanción. Además se les proporcionará un formato que es sencillo de llenar para ellos y de comprender para los ciudadanos, de forma que ninguno de los dos tenga pretexto para hacerse “el “idiota”.
Y es que la Ley 3de3 no sólo es una garantía de que nuestros impuestos se usan para lo que son; también una herramienta que los candidatos pueden utilizar para ganarse nuestra confianza y apostarle a lo que finalmente es su bien más preciado: su reputación.
Para volverla realidad, empero, se deben recolectar por lo menos 120 mil firmas de ciudadanos antes de mandarse al Congreso para su votación. Aquí puedes descargar el formato para firmar www.ley3de3.mx y aquí http://tresdetres.mx/#/ puedes consultar si tu diputado, alcalde o gobernador ya hizo su declaración y si no es así, pedirle que la haga.
Sonará a slogan de campaña, pero, como ya vimos, la política la hacemos todos. No dejemos que México sea un país ni de corruptos ni de idiotas.
Sé parte de la conversación