En la edición de junio de 2014, en una portada de Forbes México titulada El tiempo apremia, se advertía de la peligrosa conformación de burbujas, la generación de desequilibrios y la materialización de excesos que en aquel entonces todavía podían sostenerse un poco más. Ahora podrían empezar a generar problemas en 2016 y su estallido complicar fatalmente el final de sexenio de Enrique Peña Nieto.
De acuerdo con el periodista José Miguel Moreno, el sentido de urgencia en aquel texto era, en parte, para prevenir que la segunda mitad de la gestión podría ser, en lo económico y financiero, muy turbulenta e incluso provocar una nueva traumática recesión global.
Apenas ha empezado el año y la profecía parece cumplirse. El inicio de este 2016 está resultando funesto, el peor de la historia, tanto que hasta el gobernador de Banxico, Agustín Carstens, nos previene de que podría estar acechándonos una crisis “potencialmente severa y de consecuencias violentas”.
La naturaleza de la crisis que se nos puede venir encima no es muy diferente de las dos anteriores, la del año 2000 (el estallido de la burbuja de las puntocom) y la de la Gran Recesión de 2008-2009 (la explosión de la burbuja inmobiliaria). Ambas estuvieron precedidas por fases demasiado largas de políticas monetarias acomodaticias, con tasas de interés muy bajas, que propiciaron una excesiva asunción de riesgos.
Esta vez no es distinto. Es más, creemos que es lo mismo pero magnificado.
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