Por Pablo Montaño
3 millones de ilegales criminales serán deportados: Trump, encabezado de los diarios internacionales. Ilegales y criminales, el primer adjetivo les reprime todo derecho y el segundo engrosa la justificación para cualquier trato denigrante que puedan llegar a vivir. Una narrativa que hace eco en nuestras conversaciones y discusiones, alarmados por el racismo o por la posibilidad de encontrarnos inundados de criminales violentos que no hacíamos en el mapa, repetimos la noticia y ahondamos en sus consecuencias sin reparar en la legitimidad que le estamos dando al discurso.
En la preparación para enfrentar un mundo dividido y saturado de contradicciones expuestas, conviene identificar la narrativa y lenguaje de los opresores; suena anacrónico hablar de opresiones en los tiempos de la democracia, pero también resulta ingenuo no hacerlo. Freire, en la Pedagogía de los Oprimidos, afirma que el discurso del educador y del político van vinculados a una estructura que terminan proyectando e implantando en la población receptora. Repetir “ilegales criminales” para referirnos a un grupo de inmigrantes amenazados con la deportación, nos (de)forma una idea de la realidad que estamos viviendo, realidad que pertenece a aquel que acusamos de opresor y racista.
En mi paso por la organización FM4 Paso Libre que apoya a personas que se encuentran migrando por nuestro país, entendí que las cosas y las acciones pueden ser ilegales, las personas, nunca. Si robar o incluso algo más grave como matar no me convierten en un ser ilegal, (mi acción, sí lo es; mi persona, no) por qué cruzar una frontera sin permiso debería cargar con una consecuencia social más grave que la de crímenes que atentan contra la vida de otros.
En momentos de sinsentidos y odios convertidos en políticas de Estado, conviene tener claridad de dónde estamos parados; cuando menos lo esperamos, podríamos encontrarnos en el lado de los opresores.
@Pabloricardo2
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